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Por Gina Romero

En su artículo para este especial del Blog, Nicolás Panotto, Director de Otros Cruces, indica que cuando se profundizan las nociones y prácticas en torno a la libertad religiosa, el ambiente cívico y democrático se fortalece. Por lo que repensar la libertad religiosa, según Panotto, “representa un desafío y necesidad” de la sociedad y sus actores políticos, pasando por encima de los ‘atrincheramientos identitarios’ para ponerla en la base de la comprensión más compleja de la misma diversidad humana, entendiendo que “defender la libertad religiosa es también defender la libertad plena en todos los aspectos”. 

Hace años, siete al menos, yo no entendía este análisis. En mi historia de activismos del momento, mezclar religión con derechos humanos o democracia sólo podía generar resultados nefastos. Por lo que era impensable que la sociedad civil en general y el movimiento de derechos humanos en particular, tuviéramos que dedicar tiempo y esfuerzo a trabajar por la defensa de derechos de actores religiosos que precisamente usaban dicha libertad para discriminar, violentar y debilitar la democracia. 

Hoy me doy cuenta de que estaba equivocada, que servía de cámara de eco de desinformación sobre lo religioso, que en mi postura había mucho del fundamentalismo que endilgaba a otros, y que por lo tanto estaba yo misma discriminando, violentando y debilitando la democracia que supuestamente defendía. 

Esto ocurría por varias equivocaciones que cometí y quiero desmenuzar, porque pueden dar cuenta de varios errores que muchas organizaciones y movimientos siguen cometiendo, con gravísimas consecuencias para la defensa misma de los derechos humanos:

  1. Desconocimiento y prejuicio sobre lo religioso. Yo creía todas las religiones eran lo mismo: un cubo negro, completamente cerrado y uniforme. La realidad es que cada creencia religiosa tiene una gama inmensa de colores, densidades y profundidades. Esto quiere decir que, así como en efecto hay actores religiosos fundamentalistas que quieren uniformar las sociedades según su creencia, hay muchos otros que tienen un interés genuino por la defensa de los derechos humanos y el avance de las libertades. Si los movimientos de DDHH luchamos por la garantía de derechos y la defensa de la diversidad (sexual, étnica, etc.), debemos sumar a la paleta la diversidad religiosa y complejizar nuestra propia lucha entendiendo los matices que esta genera. Otra problemática asociada a este error es que ayuda a sostener la idea general de que la religiosidad más tradicional es la más poderosa (si no, ¿por qué temerle?), ayudando a silenciar el poder profundo que otras religiosidades (como las minoritarias afro, por ejemplo) u otras creencias (como las indígenas) también tienen, o mejor, deberían tener en la sociedad. La libertad religiosa facilita entonces aprovechar la diversidad de creencias para el beneficio del movimiento de DDHH.
  2. Silenciamiento de la religión como factor identitario dentro de los activismos. El rechazo de cualquier posible injerencia de lo religioso en lo público viene en parte del miedo, no completamente infundado, de que la moralidad religiosa se use como regla de decisión legal, condicionando el ejercicio de los derechos, sobre todo de los grupos más vulnerables. Esta es una dimensión colectiva muy importante, pero ha tenido una preponderancia exagerada. Al centrarnos en ella como fuente única del análisis hemos generado un fenómeno muy problemático: el miedo se transforma en rechazo, muchas veces visceral, de lo religioso en los colectivos, lo cual (sumado a situaciones traumáticas personales) ha empujado a múltiples activistas a escindir de su identidad de activista, la de la creencia. El impacto emocional de esto ha sido profundo, y aunque creo aún no ha sido verdaderamente estudiado, lo hemos entendido cuando vemos el lado contrario: las personas activistas que logran reconciliar su necesidad espiritual con su trabajo social han reportado ganar más fuerza vital para su trabajo colectivo, y poder centrarse más en acciones que promueven la empatía. La libertad de religión y creencia permite que cada activista se reconozca a sí mismo/a en el derecho su propia vivencia espiritual (creyente o no).
  3. Pobre comprensión de la complejidad de la coyuntura. En el pasado el movimiento de DDHH y defensa de la democracia hemos creído que como para nosotros/as lo religioso no debería mezclarse con lo político, como por arte de magia ambos mundos se mantendrían separados. Hemos fallado en comprender la coyuntura y el papel no sólo que la espiritualidad y religiosidad juega en la ciudadanía (desde el activismo, en un autoengaño de coherencia nos escindimos, pero la ciudadanía no lo hace) y en parte por eso muchos de los fenómenos actuales nos han tomado por sorpresa o hemos sido incapaces de enfrentarlos de forma exitosa. Trabajar en pro de la libertad de religión y creencia nos obliga a mantenernos alerta a los cambios de coyuntura, a entender los fenómenos asociados y sus actores, y eso nos prepara mucho mejor para la respuesta a los retos y la innovación. 
  4. Desconocimiento y por lo tanto silenciamiento de las intersecciones. Hace un año fui a un Terreiro (lugar de culto) en Río de Janeiro, como parte de las acciones de cierre de la primera fase del proyecto Creer en Plural que implementamos entre Redlad y Otros Cruces entre el 2020 y 2022. La visita pretendía acercar a la religiosidad ancestral afro a un grupo de jóvenes con los que veníamos trabajando, y crear un espacio para compartir experiencias de trabajo con víctimas de violencia con base en fe. Al final, nuestros anfitriones nos prepararon un festín: una cena deliciosa y abundante, que compartimos con alegría. Cuando terminamos de cenar, el Babalawô presente nos agradeció por comer su comida. Nos explicó que el rechazo de su creencia es tan radical, que su comida ha sido catalogada como veneno, como embrujada. Por eso, para nosotros un simple acto de compartir los alimentos, para ellos y ellas se convertía en una reivindicación radical de su dignidad. Resulta que el racismo religioso en Brasil ha sido histórico y brutal, por lo que la defensa de la libertad de religión y creencia del pueblo afro va de la mano de la lucha contra la discriminación y violencia racial. Pasa lo mismo con la defensa del territorio y la consulta previa de las naciones indígenas, con las prácticas ancestrales de las mujeres (históricamente tachadas de brujería), con la práctica pública de la religiosidad de colectivos LGBTIQ, etc. El trabajo que hacemos de avance de los derechos de los grupos más vulnerables del continente se puede ver profundizado si sumamos la libertad de religión y creencia como un elemento de los derechos por los que luchamos que ha sido silenciado pero hace parte intrínseca de la dignidad humana, individual y colectiva. 

Seguimos aún sin poder lograr una mejor comprensión por parte de  un grupo mayor de actores de sociedad civil, incluyendo algunas organizaciones y activismos de derechos humanos en general, y de género y diversidades sexuales en particular, de que la Libertad Religiosa no es un concepto a rechazar como si fuera un enemigo en sus luchas políticas, cuando es todo lo contrario, un aliado que dota de mayor densidad nuestras luchas, que las profundiza y logra un reconocimiento mucho más completo (que no perfecto) de los derechos, las libertades y sus intersecciones. 

Es indispensable que la sociedad civil dote de más pluralidad sus agendas, sumar a las luchas la búsqueda de la libertad de religión y creencia es una buena forma de hacerlo. Para esto, la sociedad civil debe aprender mucho más del tema (en este sentido, el marco de Naciones Unidas denominado Fe por los Derechos es un excelente punto de inicio); puede abrirse a la interacción con actores relevantes (incluyendo organizaciones con base en fe y líderes religiosos y espirituales) para poder identificar los puntos de conexión y desacuerdo, y así identificar caminos de articulación. 

Documentos base a revisar: i) declaración de Beirut, ii) 18 compromisos de fe por los derechos, iii) caja de herramientas de entrenamiento, iv) evento de presentación de la caja de herramientas en América Latina.

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