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Por Nicolás Panotto

Publicado originalmente en CIPER Chile: Evangélicos en las urnas: ¿un voto determinante? – CIPER Chile

La religión evangélica ha tenido un crecimiento innegable en Latinoamérica, pero las características electorales de sus convocados son más complejas que lo que hasta ahora se analiza, estima el autor de esta columna para CIPER: «Aunque la presencia evangélica es fundamental e inevitable para cualquier análisis político regional, podemos caer en un gran error si continuamos fomentando el mito de que existe tal cosa como un “voto evangélico”». Hay elocuentes ejemplos de aquello en las recientes experiencias de Argentina y Brasil.

Es cada vez más común ver en América Latina que en procesos electorales de distintos niveles el llamado «voto evangélico» sea puesto en disputa. Candidatas y candidatos se acercan a iglesias en medio de sus campañas —en algunos casos, para ser «bendecidos»—, incluyen a personas afines a la fe evangélica en sus equipos de trabajo o ministerios, e, incluso, hay comités de campaña que nombran a un/a especialista dedicado/a puntualmente a la asesoría estratégica para alcanzar al campo evangélico.

Sin lugar a duda, este fenómeno se debe a que dicho grupo se ha transformado en un agente fundamental dentro de las dinámicas sociales en la región. Esto, por varias razones.

Primero, por ser la minoría religiosa con mayor crecimiento exponencial en casi toda la región: en algunos países centroamericanos supera el cincuenta por ciento de la población; y en Brasil llega casi al treinta por ciento.

Segundo, por el desplazamiento del catolicismo como matriz hegemónica dentro de la ritualidad política latinoamericana. Aunque estamos muy lejos de que esa influencia merme, esta sí ha mutado en su relevancia, percepción y monopolio; no solo a causa de la visibilización del pluralismo religioso regional ni el crecimiento evangélico dentro del espectro cristiano, sino también a la crisis del histórico lugar político y cultural de la institucionalidad católica (a causa del impacto a veces negativo dentro de las estructuras estatales, la tensión que produce el aún legitimado sostenimiento económico de la Iglesia, los límites que evidencian los débiles regímenes laicos en el desarrollo de políticas públicas, los escándalos sexuales, entre otros aspectos). Es algo que ha afectado directamente la credibilidad en muchos niveles. Incluso la figura del Papa Francisco ha sido determinante, ya que las implicancias sociopolíticas de su narrativa —que oscilan entre cierta crítica al conservadurismo religioso a partir de discursos más «empáticos» pero sin necesariamente salirse de él— ha nutrido los procesos de polarización presentes en las políticas regionales, que ven en el Papa o un aliado o un enemigo.

El último factor tiene que ver con la movilización política que han asumido algunos grupos evangélicos en las últimas décadas. Al crecimiento exponencial de este sector, hay que agregar que, desde la década de los 80, muchos de sus grupos más representativos han impulsado una agenda política muy concreta, que ha oscilado entre la conformación (fallida, en la mayoría de los casos) de partidos políticos confesionales, hasta un involucramiento directo con partidos tradicionales y la creación de redes de incidencia tanto local como nacional y multilateral.

Más allá de estos factores, la apelación a «lo evangélico» en contextos electorales suele responder a dos imaginarios: i) que la utilización de una narrativa evangélica implica su movilización como caudal electoral; y ii) que el campo evangélico es homogéneo en términos de sus identificaciones políticas. Ambos son erróneos.

Brasil es un claro ejemplo de lo anterior. La participación evangélica fue fundamental para la victoria de los primeros gobiernos de Lula y de Dilma Rouseff, pero ese mismo electorado viró con el tiempo y también se movilizó mayoritariamente a la hora de votar por Jair Bolsonaro (aunque las estadísticas muestran que atribuir su victoria a la participación evangélica es un reduccionismo y sesgo analítico, ya que dicho electorado fue mayoritariamente católico). En el contexto de la próxima segunda vuelta, aunque aún persiste una mayoría evangélica que apoya la reelección del actual presidente, algunas encuestas muestran una importante reducción en la cantidad de votantes evangélicos que apoya a Bolsonaro, al menos haciendo un comparativo con 2018. Vemos que, así como sucede en la sociedad en general, el campo evangélico brasileño —y, me atrevo a decir, latinoamericano en general— no se mueve en masa de forma unidireccional, sino que sus posiciones mutan al calor de las coyunturas sociopolíticas.

Otro ejemplo fueron las elecciones presidenciales en Argentina de 2021. La llamada «fórmula evangélica» del Frente NOS, compuesta por Juan José Gómez Centurión y Cynthia Hotton, se mostró haciendo campaña en actos multitudinarios con cientos y hasta miles de personas en algunas iglesias representativas del país. Los temas centrales de su discurso iban al gusto de los intereses de buena parte del electorado evangélico conservador: narrativas provida, profamilia, antiderechos humanos. A pesar de que el campo evangélico alcanzaba por entonces cerca del 15% de la población, dicha fórmula recibió un poco más de un 5% de votos. Hay que considerar, además, el hecho de que ese 5% no está compuesto en su totalidad por votantes evangélicos. En conclusión, vemos que, a pesar de haber representado una fórmula electoral que cumplía con los posicionamientos y narrativas hegemónicos de los grupos evangélicos conservadores, su apoyo en las urnas fue mínimo.

Confirmamos así que, aunque ciertas temáticas pueden producir inclinaciones de articulación e identificación en términos de representación, ello no conlleva un apoyo similar en términos partidarios ni tiene las mismas consecuencias a la hora de las urnas.

Existen muchos ejemplos y estudios más que demuestran cómo las dinámicas políticas dentro del campo evangélico son sumamente oscilantes. Por ejemplo, que una mayoría de grupos evangélicos se opongan al aborto, los derechos sexuales y reproductivos, o el matrimonio igualitario, no significa que automáticamente vayan a votar por la derecha. Así como puede suceder con la población en general, dentro del campo evangélico también existen desplazamientos ambiguos con respecto a la identificación con temas morales y éticos, y las opciones ideológicas en términos de posición partidaria. Ello no sólo da cuenta de un vaivén en términos electorales, sino también demuestra que lo evangélico dista de ser un bloque ideológico monolítico. Lo vimos con claridad durante el proceso constituyente en Chile, donde sectores evangélicos disputaron su posición tanto por el Apruebo como por el Rechazo.

Si «lo evangélico» no se traduce automáticamente en una movilización electoral dentro de dicho campo, ¿por qué, entonces, la insistencia en recurrir a su apelación por parte de grupos políticos? Considero que la respuesta está en que «lo evangélico» imprime un conjunto de narrativas, ritualidades, imaginarios, dinámicas comunitarias y discursos dentro del campo religioso que son mucho más eficaces a la hora de aludir a la inevitable raíz cristiana que subyace en las sociedades latinoamericanas, incluso en públicos que no están vinculados con la Iglesia. En otros términos, el uso de «lo evangélico» en campañas y posicionamientos de candidatos/as trasciende al propio campo evangélico: es, más bien, la instrumentalización de un «significante» que logra instalar y articular un conjunto de elementos cosmovisionales, agendas valóricos y discursos sociopolíticos, cuya eficacia responde a la mencionada crisis de la tradicional referencia católica, como también a la importancia de lo religioso y sus diatribas ético-morales impresas como sello imborrable en las sociedades latinoamericanas (más allá de lo que afirman los discursos secularistas ilustrados liberales y progresistas que continúan tomando lo religioso como algo tangencial). Valga también recordar que esta apelación no es representativa de todo el campo evangélico, sino más bien de algunos sectores particulares, mayoritariamente conservadores.

Aunque la presencia evangélica es fundamental e inevitable para cualquier análisis político regional, podemos caer en un gran error si continuamos fomentando el mito de que existe tal cosa como un «voto evangélico». Lo evangélico, actúa más bien como un articulador estratégico de otras agendas sociopolíticas, económicas y morales, pero no representa por sí mismo un elemento determinante.

¿Por qué me parece importante destacar lo anterior? ¿Acaso quiero bajar el perfil de la incidencia evangélica? Todo lo contrario. Más bien, considero que debemos ubicar su eficacia en el lugar que posee dentro de un conjunto de fenómenos sociopolíticos y religiosos al cual es funcional, y que tiene implicancias mucho más profundas que la propia incidencia evangélica.

Como sucede con cualquier análisis, si nos detenemos en un solo aspecto del fenómeno podemos caer en el error de distraernos e ignorar otros que son igual o aún más relevantes. Esto es lo que afirma Ronilso Pacheco sobre la obsesión con los evangélicos en algunos análisis en el marco de las elecciones presidenciales en Brasil: ello llevó a no ver que el peligro en realidad no reside exclusivamente en «lo evangélico» y sus representaciones conservadoras, sino en su articulación con ciertos grupos y narrativas que sostienen el crecimiento de una fundamentación cristiana de ultraderecha subyacente en el sentido común brasileño, lo cual promueve uno de los discursos más antidemocráticos que vemos en el presente.

Lo evangélico es un significante en disputa, cuyo impacto no reside en su caudal electoral, sino en el lugar que asuma dentro de las polarizaciones y disputas políticas contemporáneas junto a otros grupos, posiciones y narrativas. Lo evangélico es tan vasto y diverso como lo son las posiciones sociopolíticas que habitan nuestras sociedades. El peligro de la incidencia evangélica en su versión conservadora y fundamentalista será determinante en un proceso electoral, en la medida de su funcionalidad dentro de las agendas políticas ultraderechistas que muy lamentablemente estamos acostumbrados a ver cada vez con más fuerza y presencia en estos tiempos. Tapar el sol con la mano puede impedirnos ver que, en realidad, las amenazas a la democracia van mucho más allá de ciertos imaginarios comunes con respecto a lo evangélico.

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