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Por Nicolás Panotto

Publicado originalmente por CIPER Chile: Esa «otra» religión – CIPER Chile

Entre los muchos cambios que ha traído la instalación del nuevo gobierno, esta columna de opinión para CIPER se centra en uno de los más inadvertidos, aunque profundos: rituales, voces y prácticas religiosas y espirituales hasta ahora infrecuentes en el contexto político y mediático chileno: «Esta ‘otra’ religión está compuesta de personas, movimientos y organizaciones que en muchos sentidos encarnan una representación ‘marginal’, […] principalmente, por su compromiso con temas sensibles para el mundo religioso mayoritario, que tienen que ver con los derechos humanos, los feminismos, la inclusión y las diversidades.»

pesar de lo mucho que se habla sobre la relación entre religión y política como un fenómeno muy propio de la actualidad, no es nada nueva. Desde las religiones antiguas y ancestrales, hasta el nacimiento de la Iglesia cristiana y el desarrollo de las espiritualidades orientales, la directa correlación con los asuntos sociales, comunitarios y políticos del entorno siempre ha existido. El vicio secularizador de la modernidad procuró borrar las porosidades entre las fronteras de esta relación histórica, con el objetivo de «purificar» una idea de razón pública ajena a todo rito, superstición, magia, creencia sagrada y práctica ligada al mundo de lo religioso (las cuales se concebían superficiales, inferiores y hasta limitantes para el «desarrollo» y «progreso» occidental, visión muy propia de la Ilustración francesa que, incluso, ha dejado una marca hasta el presente).

No fue más que una delimitación cuya pretensión era —¡y aún lo es!— demarcar un espacio de poder a partir de la legitimación de un conjunto de estereotipos antropológicos, sociales, políticos y culturales, sosteniendo una mirada de lo social a partir de dualismos entre lo sagrado y lo profano, lo racional e irracional, lo público y lo privado, lo objetivo y subjetivo, lo inferior y superior, lo humano y no humano, lo masculino y lo femenino; entre otros que operan como fronteras para normativizar un modo moderno/eurocéntrico, patriarcal y racista de lo sociopolítico.

Pero la propia Historia se ha encargado de desmantelar esa ficción. Lo religioso y las espiritualidades nunca dejaron de ser parte fundamental y hasta determinante en las configuraciones sociopolíticas. Las teorías de la secularización modernas, que tanto predicaron la extinción de lo religioso tras al paso del progreso científico, sucumbieron frente a un «efecto rebote», como lo muestra estos tiempos de globalización, en los que predomina la realidad de una constante diversificación y flujo entre expresiones religiosas y espirituales de todo tipo, a la par de los cambiantes escenarios globales. Esto lo vemos en la diversificación de grupos evangélicos en las últimas décadas en América Latina, el crecimiento del Islam en Europa (a la par de la crisis del cristianismo en todas sus expresiones), la visibilización de religiosidades populares, orientales y relacionadas con la «nueva era», entre muchos fenómenos que dan cuenta de un proceso de profunda mutación del campo de las creencias contemporáneas. Lo religioso no dejó de ser, sino más bien mutó en sus modos de estar.

Ahora bien, cabe considerar que este proceso no concierne solamente a las expresiones religiosas en sí, sino también a los tipos de relación que estas crean con el contexto social. En otros términos, los cambios en el mundo religioso van a la par de las transformaciones políticas, así como los cambios en el campo sociopolítico son canalizados, resistidos y resignificados por y desde las cosmovisiones y prácticas religiosas. Por eso, no existe un tipo de vinculación unívoca entre estos dos mundos, sino que más bien podemos identificar un sinnúmero de expresiones asociadas, a la par de los vaivenes políticos, históricos e incluso ideológicos. En este último sentido, es imposible afirmar que lo religioso es intrínsecamente conservador o progresista, de derecha o de izquierda. Es todo ello y más al mismo tiempo. La pluralidad de identificaciones políticas que habitan una sociedad tiene su correlato en el mundo religioso.


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Los vaivenes electorales imprimen un modo de apropiar y apelar a lo religioso. Vemos una tendencia en gobiernos conservadores o de derecha de articular con grupos religiosos en la misma línea (como lo vemos con Bolsonaro en Brasil y su relación orgánica con sectores evangélicos conservadores), así como gobiernos progresistas con grupos u organizaciones religiosas afines (como sucede en Argentina y el apoyo de grupos feministas cristianos en materia de educación sexual, o la relación de comunidades de matriz afro con el gobierno de Petro en Colombia en materia de diálogo interreligioso) . Vale aclarar que en el último caso el tema presenta algunas complejidades: mientras que sectores de derecha o conservadores tienen una apreciación mucho más positiva del mundo religioso, los grupos progresistas persisten en una histórica resistencia, reserva y —en algunos casos— rechazo hacia éste, lo que da cuenta de importantes desafíos a la hora pensar en posibles vínculos [ver, del mismo autor, «Evangélicos en las urnas: ¿un voto determinante?», en CIPER-Opinion 19.10.2022].

También hay que advertir que estos vaivenes no son matemáticos. Por ejemplo, el impacto del diálogo interreligioso —muy presente en el mundo político contemporáneo— muestra que, a pesar de las opciones específicas de cada gobierno, estos espacios de encuentro e intercambio son valorados en el marco de las prácticas democráticas. No se limitan a opciones políticas particulares, sino que operan a partir de otras demandas; casi siempre relacionadas con problemáticas y necesidades que atraviesan a toda la sociedad, y que articulan voces muy diversas y hasta disímiles dentro del mundo religioso. El valor de estos encuentros muchas veces gana por sobre las agendas específicas de los sujetos o instituciones religiosas que participan en estas instancias.

En el caso del gobierno de Gabriel Boric, podemos ver cómo operan estas mismas dinámicas. Teniendo en cuenta las tendencias históricas del país, este gobierno ha dado lugar —en línea con su andamiaje ideológico-político— a una articulación con espacios que conforman esa «otra» religión no tan visible, incluso ignorada por los sectores hegemónicos del país, afín a los derechos humanos, a la inclusión y a la diversidad. Y digo «otra» no con una pretensión de esencializar un tipo particular de identidad (al estilo de «religión progresista» o «religión de izquierda», frente a una «religión conservadora» o «de derecha»). Digo «otra» en el sentido de dar cuenta de un colectivo que imprime otro tipo de voces y prácticas religiosas y espirituales que no son comunes de ver en el contexto político y mediático chileno.

Ya la asunción de Boric dio que hablar cuando, previo al tradicional acto en la Catedral —con un histórico marco cristianocéntrico—, el Presidente participó de una ceremonia de encomendación con representantes de distintas comunidades mapuche. Otro gesto llamativo fue la designación de Izani Bruch, obispa de la Iglesia Evangélica Luterana en Chile (IELCH) y teóloga feminista, como capellana evangélica de La Moneda, lo cual desplazó el imaginario predominante de lo evangélico como una expresión estrictamente conservadora y en mano de hombres. Fue algo en línea con lo que sucedió durante el segundo mandato de Michelle Bachelet, quien también asignó una pastora luterana, Gloria Rojas, a la misma función.

El Palacio de La Moneda se ha transformado en un espacio de visibilización de distintos actos, ceremonias y conmemoraciones de esta «otra» religión. Por ejemplo, el día 3 de noviembre se llevó a cabo el Acto Interreligioso y Espiritual por el Clima en el marco del inicio de la COP 27, y en el que un conjunto de representantes religiosos, junto a más de setenta personas de diversas comunidades y organizaciones, participaron de un acto ritual en torno a la valoración del agua, así como de una «ceremonia de envío» de la comitiva chilena a la Conferencia.

Además, el pasado 25 de noviembre se realizaron distintas acciones por parte de grupos religiosos en el marco de la conmemoración del Día Contra la Violencia hacia la Mujer. Por ejemplo, se desarrolló una liturgia organizada por la Capellanía Evangélica junto a varias organizaciones evangélicas que trabajan con mujeres. Este encuentro también fue acompañado por representantes del Ministerio de la Mujer. Ese mismo día, Nicolás Viel, capellán católico en La Moneda, realizó un acto litúrgico en la casa de gobierno junto a la Pastoral de la Diversidad Sexual (Padis).

A esto debemos sumar el hecho de que el actual gobierno ha mantenido las diversas áreas institucionales de trabajo correspondientes al campo religioso y espiritual, como la Oficina Nacional de Asuntos Religiosos (ONAR), cuyo equipo actual cuenta con una importante representación de mujeres en todo el país. También ha participado de las diversas conmemoraciones tradicionales ligadas al campo religioso dentro del calendario nacional, como el Día de la Reforma o el Tedeum, los que contaron con representación oficial, muchas de las veces a través de la persona del Presidente.

Esta «otra» religión está compuesta de personas, movimientos y organizaciones que no son nuevas dentro del espectro de creencias en Chile, aunque en muchos sentidos encarnan una representación «marginal», en vistas de su dinámica no institucional (o crítica frente a la institucionalidad oficial de alguna de sus comunidades), de su postura liminal frente a algunos dogmas oficiales y, principalmente, por su compromiso con temas sensibles para el mundo religioso mayoritario, que tienen que ver con los derechos humanos, los feminismos, la inclusión y las diversidades. Por más «marginal» que este colectivo sea en términos cuantitativos, ello no significa que sea una minoría sin densidad cualitativa, ya que la dimensión de marginalidad no responde tanto a un encuadre identitario unificador, sino más bien a la articulación y atención a temáticas, representaciones, demandas y problemáticas que atraviesan a todo el mundo religioso, incluso de personas y sectores que no necesariamente son afines a una mirada «progresista» pero que igual apoyan algunas de estas agendas.

De alguna manera, es inevitable que los péndulos y movimientos en el campo de la política impacten en la visibilidad de los sectores religiosos. Por ende, no es necesariamente problemático reconocer que, dependiendo la bandera ideológica de un gobierno, se dará mayor lugar a expresiones religiosas afines. Sin embargo, la importancia de destacar esta «otra» religión que subyace y emerge en el marco del gobierno chileno actual nos debe llevar a reconsiderar algunos estereotipos que operan en distintos niveles: desde las pretensiones hegemónicas de los grupos conservadores (que se sienten amenazados muchas veces por la presencia de estos sectores) hasta en los preconceptos en la izquierda y el progresismo (reticentes y, en alguna medida, con muy poco conocimiento en el campo) y las nociones, muchas veces superficiales, que atraviesan la teoría política y jurídica actual sobre la realidad del mundo religioso y espiritual.

Con esto quiero destacar la importancia que conlleva el reconocimiento de estas voces marginales, heterodoxas, críticas, que muchas veces se mantienen escondidas y hasta silenciadas por las prácticas y voces mayoritarias. No hablamos, necesariamente, de una disputa entre conservadurismos y progresismos; sino más bien de la importancia de reconocer que existe una pluralidad de miradas que habitan el mundo religioso, de una densidad mucho mayor de la que solemos reconocer, y de lo que las miradas más comunes admiten. Dar cuenta de esta diversidad, a través de mecanismos políticos, jurídicos e institucionales concretos que faciliten su visibilidad, es sin duda un aporte que favorece a un ambiente democrático por fuera del control de voces que, aludiendo al sentido de «mayoría», pretenden el manejo del espacio público.

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