Por Gustavo Delgadillo
Hablar de colonialismo es hablar de dominación, y de la legitimación de un discurso imperial. Colonialismos geográficos e ideológicos existieron y existirán mientras existan pretensiones imperiales. Sin embargo, un aspecto del colonizador es que, si bien éste afecta al colonizado, también el colonizador es influido por el colonizado, es decir –según Homi Bhabha– su relación está afectada por la atracción y la repulsión, por la resistencia y por la complicidad; en ello el colonizado tiende a internalizar y replicar la cultura del colonizador, aunque incluye a menudo la ironía; así también, surge una relación de mestizaje, una mezcla de culturas y tradiciones (Omar: 131-140).
Lo dicho se puede observar en la vida de Pablo de Tarso, que vivió en medio de un contexto de dominación por parte del Imperio romano. Pablo y el Imperio tuvieron una relación ambigua, una relación marcada tanto por la atracción como por la repulsión, tanto por la resistencia como por la complicidad. En ese sentido podemos decir que “el Imperio y Pablo fueron simultáneamente colonizadores y colonizados” (Gil: 262). Esto lo podemos notar en el hecho de que la iglesia fue pareciéndose cada vez más a una institución imperial, como también en que el Imperio asumiera algunos valores de la fe en Jesús, todo ello al mismo tiempo.
Para la organización de sus asambleas (ekklêsia) Pablo tomó varios modelos del entorno, fácilmente reconocibles: la asamblea de la ciudad; las asociaciones voluntarias (formada mayormente por extranjeros, unidos por la lengua, el origen étnico, el gremio, la religión o patrón benefactor; tenían reuniones donde comían juntos, cultivaban relaciones sociales, fomentaban la solidaridad económica); la casa-familia (que fundamentalmente era una unidad de producción y de cultivo de relaciones afectivas); las religiones mistéricas (que ofrecían nuevas espiritualidades, nuevas formas de vivir la fe, en un mundo “globalizado”) o la sinagoga (Pablo siempre fue un judío practicante) (Meeks: 131-148). De todos estos modelos tomó algo, pero a ninguno se amoldó completamente, creando así una estructura con identidad propia que fuese reconocida por la gente.
La ekklêsia que fomentaba Pablo se parecía a algunas estructuras conocidas, que resultaban exitosas y ofrecían beneficios de diverso tipo, aunque a su vez tenía ciertas diferencias. Era una estructura fundamentalmente privada (como la casa), pero con una vocación pública muy llamativa (como la Asamblea en cada ciudad); era una organización mixta y plural (como las asociaciones voluntarias), pero con una alteración de los roles hegemónicos (como en algunos cultos mistéricos); cultivaba fuertes vínculos afectivos (como la casa), pero no renunciaba a una dimensión local (como la sinagoga); creaba un espacio de oración (como la sinagoga o los cultos), pero desafiaba los valores hegemónicos dominantes desde el sentido de la cruz, exigiendo recrear las relaciones personales y sociales (Gil: 264).
En ese sentido podemos decir que Pablo aceptó y tomó varios elementos de las instituciones colonizadoras (las asambleas, las asociaciones voluntarias, la casa-familia) y colonizadas (los cultos mistéricos, las sinagogas), surgiendo así desde el inicio una iglesia híbrida, mestiza; o sea, una novedad. Así, la iglesia fue tomando forma en un entramado complejo de relaciones y competencias. Este carácter híbrido de la Iglesia es una marca que recuerda sus orígenes, pero también su marcha constante en la historia, representando una diversa mezcla de lo diverso, de lo compuesto, de lo fusionado, de lo ambiguo. Comunidad hibrida donde ha existido y aún existe diversidad de pensamiento, formas múltiples de responder, polifacéticas maneras de tolerar y resistir. Y que en el fondo revela una ruptura con lo tradicional y la aparición de la novedad.
Más aún, podemos decir que lo híbrido como carácter de la iglesia es algo constotutivo, no sólo un elemento del pasado. Como dice Bhabha: “la importancia de la hibridez no consiste en poder descubrir el tiempo original del que ha surgido el tercero, sino la hibridez…representa aquel ‘tercer espacio’ que permite que emerjan otras posiciones.” (Omar: 177) Es decir, la hibridez es una constante en la iglesia en tanto espacio novedoso. Por eso, debemos preguntarnos sobre la persistencia de ciertos modelos y prestamos culturales que ya no son adecuados para el mundo de hoy.
Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cuánto ha ayudado el modelo patriarcal a los seguidores de Jesús a desarrollar su misión del anuncio del evangelio? ¿Sigue siendo hoy un buen modelo para organizar las iglesias o resulta una carga que impide precisamente lo que quiso propiciar: la relevancia actual de la fe en el mundo? Aquel modelo fue útil en su momento, hoy está impidiendo el encuentro del mundo con la novedad que anuncian los discípulos de Jesús.
Bibliografía:
GIL, Carlos. Qué se sabe de…Pablo en el naciente cristianismo. Navarra, Verbo Divino, 2015.
MEEKS, Wayne. Los primeros cristianos urbanos: el mundo social del apóstol Pablo. Salamanca, Sígueme, 1988.
OMAR, Sidi, Los estudios post-coloniales: Una introducción crítica. Castellón de la Plana: Publicacions de la Universitat Jaume I, 2008