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Por Kevin Moya

En 1976 ocurrió en Guatemala un terremoto que afectó a gran parte de la población, dejando a varias familias con viviendas destruidas y en vulnerabilidad. Esta catástrofe dio lugar a que varios sectores unieran esfuerzos para atender al pueblo afectado y para abrir el camino de la restauración. Resultado de esto fue la articulación de sectores de distintos trasfondos religiosos; no había relevante distinción entre en qué se creía o de qué forma se practicaba la espiritualidad, sino el engranaje principal era ayudar, solidarizarse en esos momentos.  Esa coyuntura marcó un punto clave en el porvenir del trabajo ecuménico en el territorio, el cual sería valioso en el posterior proceso de la firma de la “paz” ante los años de guerra que se vivían.

Estoy seguro de que casos como ese los podemos encontrar en muchos lugares. Nuestro más cercano ejemplo de crisis mundial también nos dejó una serie de ejemplos. La pandemia del Covid-19 sacó a la luz varios actos de solidaridad, en donde lo común era el apoyo mutuo. Iglesias y organizaciones basadas en la fe, de distintos trasfondos, hicieron sus aportes y gestionaron la ayuda.

Debemos reconocer que las religiones de una u otra manera, han fomentado la praxis solidaria y aunque mantengamos un acercamiento crítico, también debemos acercarnos con honestidad hacía aquellos trabajos admirables, que muchas veces se han hecho “tras bambalinas” y que han significado pequeñas salvaciones para barrios completos.

El tema de la solidaridad, resulta en un cruce en común entre la mayoría de religiones en el mundo, como dice Leonardo Boff: “se dan convergencias notables entre las religiones, porque todas ellas buscan la justicia, favorecen la concordia, fomentan la solidaridad, predican el amor y el perdón y se muestran sensibles para con los pobres y los condenados de la tierra.” Hoy más que nunca, la solidaridad podría ser una clave para nuestras agendas en el espacio político y resultar en la superación de las fronteras o muros y en la democratización de la dignidad.

 

La solidaridad como practica comunitaria

Más allá de institucionalizar el concepto de solidaridad, ya sea como derecho o como concepto, son las comunidades quienes nos han enseñado su praxis. Comunidades ancestrales, de fe, marginadas, de barrios empobrecidos, campesinas o de minorías, han practicado los actos solidarios como parte de su supervivencia colectiva. Nos enseñan de una solidaridad que no surge desde el privilegio, sino de compartir las mismas realidades de injusticia, discriminación, pobreza, violencia, etc.

Esto a la vez nos aclara un poco la vía que necesitamos seguir, pues ante el actual fomento de la competencia y el individualismo, es la colectividad la que nos ayuda a resistir y no morir; es el acuerpamiento el que nos va salvando poco a poco. Si la solidaridad no genera la construcción comunitaria, se convierte únicamente en un protocolo para llenar agendas y una acción de supremacía.

La solidaridad no es compartir los mismos credos, prácticas culturales, identidades, etc. sino compartir el derecho a que toda persona viva en dignidad. La solidaridad nos cruza en esa búsqueda y genera encuentros con la otra/otro distinto, que es a la vez mi igual.

 

La solidaridad como cruce de una espiritualidad común 

Es espiritualidad, todas las acciones que realizamos diariamente que nos conectan con nosotras mismas, con otros seres y con nuestro entorno. Los actos solidarios son parte de nuestro qué hacer espiritual. Esto nos lleva a superar nuestras filiaciones religiosas y a volvernos a encontrar en un punto de diálogo/convergencia. Mientras practiquemos la solidaridad, estamos siendo tan “espirituales”, tanto la una como la otra; no hay lugar para una superioridad moral o ética, sino que se provoca un cruce común para trabajar desde la misma altura.

Varias espiritualidades originarias  mayas, del norte de América, andinas, africanas, judías, caribeñas, asiáticas, etc. parten del principio de colectividad, que como dijimos antes, es la práctica de la solidaridad.

La solidaridad es una práctica profunda de nuestra espiritualidad y a la vez una práctica política, que puede ser el cruce de lo común para atravesar nuestras agendas y llevarnos a un trabajo de y para la comunidad.

Ubuntu: “Yo soy lo que soy en función de lo que todas las personas somos”

Mayas Q´eqchi´s:  “Láin ut laat, laat ut lain, “Yo soy tu, tu eres yo” “Sanando yo, sanas tu. Sanando tu, sano yo”

 

La solidaridad que nos salva

Veo prometedor ver a la solidaridad como algo que nos trasciende, que nos supera y supera así todos nuestros malos paisajes.  Bota los muros, sobre pasa las fronteras y crea esperanzas. Quizás nuestras ideas se elevan hacía una incidencia a un nivel amplio, pero aunque la solidaridad en nuestras agendas no llegue a tener esa transcendencia, los actos poco observados nos siguen salvando, transcendiendo, siendo sagrados y muy políticos;  son supervivencia, amor a la vida.

Quiero terminar con las letras que una compañera feminista dedica al acto de supervivencia que día a día realizan las mujeres:

ACUERDO DE SOBREVIVENCIA

Para las que le mandan un meme a sus amigas porque intuyen que su corazón necesita derramarse en un lugar seguro.

Para las que siembran flores para las abejas aun cuando las empresas plaguicidas asesinan a millones cada día.

Para las que adoptan chuchis y michis aun cuando allá afuera hay millones siendo abandonadas y asesinadas.

Para las que dejan de comer carne aun cuando saben que eso no es suficiente, pero su amor por la vida no les permite actuar de otra manera.

Para las que cuidan semillas nativas y criollas aunque eso solo sea una piedrita en las botas de monsanto, no deja de incomodar.

Para las que escriben poemas, cuentos, novelas que nadie más lee pero con ello salvan su propia vida.

Para las que buscan a las niñas, adultas y adolescentas desaparecidas aun cuando saben que posiblemente no las encuentren.

Para las que enseñan las primeras letras aun cuando saben que no todas las niñas seguirán estudiando.

Para las que abrazan fuerte aun cuando eso no alcance para aliviar todo el dolor de los cuerpos de sus hermanas.

Para las que inventan canciones y melodías aun cuando en muchos lugares suenen más las guerras que los poderosos crean.

Para las que recogen agua de lluvia y no la desperdician aun cuando haya empresas asesinas que secuestran los ríos.

Para las que aman desde la sinceridad y fuerza del fuego aun cuando el modo de amar popular sea el desinterés del hielo.

Para las que alimentan a las aves aun cuando cada vez exista menos árboles-casa para ellas.

Para las que acompañan abortos aun cuando son miles las que aun no pueden decidir.

Para las que ilustran a colores aun cuando su propia alma esté pasando por tempestad.

Para las que se cuidan sin dejar de vivir aun cuando saben que cualquiera de nosotras puede ser la siguiente.

Para las que aman, lloran, se decepcionan, se deprimen, se apasionan, se ilusionan… Para quienes vivimos entre la miseria y la esperanza, la ternura y el odio… Para mí, para nosotras:

 

Que nunca nos falte

la carcajada

la tierra generosa

el ronroneo nocturno

las movidas de cola al regresar

las lentejas

la rebeldía

tinta y sinceridad

la vista de una madre

palitos y chibolitas

brazos bien gordos

el canto de las ranas

los guacalitos

el autocuido

el panito y la tortilla

las redes de mujeres

acuarelas y pinceles

la radicalidad feminista.

 

Que como dijeron las compas de Ramona, acordemos vivir cada una desde su propia geografía y calendario.

Y que cuando demos el último suspiro en este plano, el recuerdo de nuestra pasión por la vida nos bese en la boca y nos vayamos en un suave orgasmo…

  @Vilia_Bugan

 

Referencias:
– Boff, Leonardo. Fundamentalismo : la globalización y el futuro de la humanidad; Trad. Jesús García Abril. España: Ed. Sal Terrae, 2003. p.56

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