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Por Andrés Herrera Gre

Cada decisión genera una acción que impacta todas las que siguen. Algo tan sencillo como ir a cortarme el pelo terminó lanzándome a un remolino de pensamientos, dudas, vergüenza y remordimientos que no había planeado.

Por falta de tiempo, elegí una barbería nueva. El lugar parecía sacado de un backstage de heavy metal: peluqueros con melenas despeinadas, tatuajes hasta los nudillos, camisetas negras y música metalera que no reconocí. No era mi ambiente, pero pensé: “¿Qué podría salir mal?”

Me senté, pedí mi corte y comenzó ese baile de conversaciones triviales con desconocidos: el clima, la política, lo caro que está vivir… hasta que mencioné que estudio psicología. Entonces, sin anestesia ni preámbulos, el barbero metalero soltó:

“Hay psicólogos muy malos que dejan que niñes usen hormonas o se operen, cuando en realidad sólo están confundidos. Ahora la gente ‘elige’ ser lo que sea, y las mujeres trans son las que más se arrepienten”.

Todo esto sucedía mientras yo, inmóvil, estaba rodeado de hombres con tijeras en las manos.

Me gustaría decir que fui valiente. Que rebatí cada palabra con datos. Que le revelé que, justo en su silla, había un hombre trans que había comenzado su transición veinte años atrás. Pero no.

Esta vez me paralicé. No asentí ni discutí. Cambié de tema como pude.

Me sentí en peligro. Recordé la primera vez que me vi reflejado en una pantalla: Boys Don’t Cry (1999), basada en la historia real de Brandon Teena, un hombre trans violado y asesinado en 1993. Han pasado treinta años, pero ese día, frente al barbero metalero, entendí que algunas cosas no cambian. Al menos no tanto como queremos creer.

Estoy seguro de que el barbero nunca había conocido a una persona trans. Y yo, en vez de mostrarle mi realidad, me callé. Quizás hablar hubiera marcado una diferencia.

Creo que el gran problema detrás es la desinformación. Los datos no mienten:

  • No hay evidencia de que las personas trans aumenten riesgos en espacios segregados por género. Somos nosotres quienes enfrentamos violencia sistémica. (Amnistía Internacional, 2023)

  • En Latinoamérica, la expectativa de vida de las mujeres trans ronda los 30-35 años por crímenes de odio y exclusión. (ILGA World, 2021)

  • Más del 80% no termina la secundaria debido al acoso, y muchas son empujadas al trabajo sexual. (UNDP, 2022)

  • Países como Argentina, Chile y Colombia tienen leyes de identidad de género que salvan vidas, sin impactos negativos en la sociedad. (CIDH, 2020)

Y aunque existen cientos de informes, si no llegan a la gente, los prejuicios seguirán dominando.

¿Dónde estamos?

Según ANTRA (2020), sólo el 12% de brasileños tiene un vínculo cercano con alguien trans. En México, apenas el 25% conoce a una persona trans, y en su mayoría son figuras mediáticas. (ENDISEG, 2019)

La visibilidad en medios no basta. Si nos siguen viendo como entes lejanos, extraños e incomprendidos, habrá más barberos repitiendo mitos. Y el peso de educar recaerá siempre sobre nosotres.

Además, los discursos de odio no solo vienen de los medios o la política. También se fortalecen en espacios religiosos. Y cuando estos discursos se repiten desde un púlpito, afectan otra dimensión: la espiritual.

Otras interpretaciones son posibles

No repetiré aquí los mensajes de odio que he escuchado en iglesias. No merecen más visibilidad. Pero quiero dejar algo claro: hay otras formas de interpretar los textos bíblicos y sagrados donde las personas trans somos totalmente aceptadas y queridas por Dios. Esto aplica dentro de contextos cristianos y también en otras religiones y espiritualidades.

Yo soy un hombre trans que ha tenido y sigue teniendo privilegios: por mi color de piel, por mi identidad de género, por el acceso que he tenido a estudios y tratamientos médicos.

Podría haber usado mis privilegios frente al barbero. No lo hice. Pero la mayoría de veces sí los uso para visibilizar las luchas y realidades de las mujeres trans, que sufren más discriminación y violencia que los hombres trans.

No me enorgullece cómo reaccioné. Pero tampoco me ahogo en culpa. A veces, el miedo gana.

Por eso necesitamos aliades: gente que nos incluya en sus círculos, que nos dé trabajo, que sea nuestra familia, amistad, pareja… gente que use sus privilegios para combatir la desinformación.

Si estás leyendo esto y conocés a alguien trans, preguntale cómo podés apoyarle. A veces, solamente basta con dar el primer paso.


Y a pesar de todo lo que generó esta visita a la barbería… al menos mi nuevo corte de pelo no fue un fracaso.

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