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El Perú es el país más religioso de Latinoamérica . La fuerza de la religión en este país es tan poderosa que las diversas áreas de la esfera pública no pueden desapegarse de su influencia. Esto es lo que está ocurriendo con la política en las dos últimas décadas de la historia peruana. Desde la irrupción de los evangélicos en las elecciones de 1990, el factor religioso se ha convertido en un elemento importante en las tendencias electorales y en el ejercicio del poder en la política nacional. Esto se ha exacerbado en el presente siglo, sobre todo por la irrupción de temas particularmente sensibles para la ideología religiosa conservadora, como los relacionados con los derechos sexuales y reproductivos, y con la diversidad sexual. Es decir, que la intensificación de la influencia religiosa en la política ha ido de la mano con el renovado avance del conservadurismo en el país.

No obstante, existe el error en los espacios de debate público, de creer que todos los actores religiosos están relacionados con la agenda conservadora. Es una percepción poco sofisticada, pues ignora la diversidad ideológica del mundo religioso. Por ejemplo, en el ámbito católico, el padre Marco Arana, actual candidato a la primera vicepresidencia en el izquierdista Frente Amplio, representa a toda una corriente de actores religiosos principalmente laicos que han levantado las banderas de la defensa del medioambiente y de los derechos de los pueblos originarios. En el ámbito evangélico, los sectores progresistas tienen todavía una presencia tímida y débil en la política nacional. Pero, en momentos concretos, han desarrollado iniciativas interesantes que han permitido contrarrestar la percepción pública de que ser evangélico es sinónimo de ser conservador, y hasta fundamentalista. Por ejemplo, durante la campaña por la revocatoria de la ex alcaldesa de Lima Susana Villarán, promovida por sectores conservadores incluyendo a la ultraderecha evangélica, los progresistas evangélicos se posicionaron en el debate público a través de la formación del colectivo Evangélicos por Lima, opuesto a la revocatoria de la alcaldesa. En el proceso electoral actual, hace pocos días varios líderes cristianos progresistas, incluyendo varios católicos, difundieron un pronunciamiento en el que expresaban su respaldo a la candidatura de la izquierdista Verónika Mendoza (Cristianos y Cristianas con Verónika).

A pesar de estos esfuerzos progresistas, creo que en la pugna por la hegemonía en la esfera pública peruana los conservadores llevan la delantera. En el proceso electoral actual, figuras emblemáticas del conservadurismo evangélico, como los pastores Humberto Lay y Julio Rosas, se posicionaron en el partido Alianza por el Progreso (APP). Aunque el primero renunció hace pocos días en medio de los escándalos que han afectado este movimiento político, es claro que las fuerzas conservadoras eligieron a este grupo como el principal vehículo de su acceso al poder. Otro de sus vehículos es el fujimorismo, en cuya lista congresal sobresale el pastor Juan Carlos Gonzáles de la comunidad carismática “Agua Viva”. Estos actores conservadores, han logrado una atención mucho más constante por parte de la opinión pública, y están logrando “normalizar” la relación evangelicalismo – conservadurismo político.
¿A qué se debe el relativo éxito de los conservadores religiosos en la política?

Por un lado, los agentes religiosos conservadores han desarrollado una metodología eficiente para posicionarse exitosamente en el campo político en los últimos años. Ahora hay candidatos evangélicos conservadores en varias de las tiendas políticas, porque el tener un candidato de esa línea ideológico-religiosa se ha convertido en casi una necesidad estratégica en la confirmación de las listas congresales. Los conservadores se han colocado en ellas como resultado de su exitosa gestión en las intricadas redes del poder, pues han sabido construir relaciones empáticas con las jerarquías de los movimientos políticos. Para ello, por ejemplo, los pastores políticos suelen llevar a los líderes de los partidos políticos a sus templos para mostrar su ascendencia masiva. No solo eso, sino que trabajan constantemente con ellos en el posicionamiento de su agenda ideológica . Podría decirse que han creado la necesidad del agente religioso en las esferas de decisión de los partidos políticos de derecha o centro-derecha. Daría la impresión de que los evangélicos conservadores están actuando como un bloque disgregado, pero no disperso. No estoy seguro de que sea una estrategia deliberadamente planificada, pero ha alcanzado logros visibles.

Asimismo, estos políticos religiosos conservadores se han adaptado muy bien a las prácticas y estilos del ejercicio del poder de la clase política nacional. Se manejan con eficiencia en la rueda de negociaciones, en el manejo político de los discursos (en su caso incluyendo el discurso religioso) y en sus estrategias de supervivencia en un entorno político tan precario y desinstitucionalizado con el peruano. Los políticos evangélicos conservadores, por ejemplo, practican el transfuguismo con la misma impavidez que sus colegas no evangélicos; hasta encuentran justificaciones ideológico-religiosas para ello.

Los agentes religiosos conservadores cuentan, además, con el poder de las instituciones religiosas y de los movimientos conservadores dentro de ellas. En ese sentido, el enorme poder que representa la Iglesia católica, cuya jerarquía tiene un fuerte componente ultraconservador, es uno de los factores que refuerza la acción de los políticos religiosos conservadores. Asimismo, el creciente poder del ala conservadora de las iglesias evangélicas, ha empoderado a sus agentes religiosos en el ámbito político. Eso se nota, por ejemplo, en la posición estratégica que ha ganado el conservadurismo en el ceremonial oficial del Estado. Tanto en el Te Deum celebrado en la catedral de Lima como en la Ceremonia de Acción de Gracias celebrada en los templos de la Alianza Cristiana y Misionera, los actores centrales son representantes del ala más dura del conservadurismo católico y evangélico. Tanto el cardenal Cipriani como el pastor Miguel Bardales, cabezas visibles de los dos “tedeums”, son dos religiosos ultraconservadores con ideas integristas. Aunque dentro de la institucionalidad católica y evangélica, existan figuras progresistas claras , no han logrado ubicarse en posiciones estratégicas claves en el espectro de la vida nacional, como para hacer un contrapeso con los liderazgos conservadores.

Finalmente, y tal vez lo más importante, es que el conservadurismo religioso ha hecho un eficaz trabajo político en las bases de la eclesialidad cristiana. Debemos reconocer que el discurso conservador ha tenido más éxito que el progresista en las masas católicas y evangélicas. Es más, la arremetida fundamentalista de las últimas décadas, ha logrado naturalizar la autocomprensión identitaria de muchos católicos y evangélicos con lo conservador, al punto que muchos de ellos no logran concebir que un cristiano pueda denominarse legítimamente como tal y a la vez enarbolar las causas progresistas. Curiosamente, esta naturalización también se ha establecido en los sectores laicistas y secularistas, para los cuales la religión solo puede tener una expresión conservadora. En el ámbito de la lucha por los derechos sexuales y reproductivos, por ejemplo, para muchos activistas pro-elección es extraña la existencia de cristianos y cristianas que coincidan con ellos. Más aun en el ámbito de la diversidad sexual, pues para muchos activistas LGBTI, la posibilidad de que haya iglesias o grupos cristianos que se unan a su causa es vista con sorpresa o sospecha.

No obstante, la creciente presencia de minoritarios grupos y movimientos cristianos progresistas de vanguardia en diversos ámbitos del debate público (ecología, derechos de los pueblos originarios, derechos de las minorías sexuales, etc.) permite pensar en un probable resurgimiento del progresismo cristiano en el ámbito público. El problema es que al ubicarse preferentemente en los espacios de la acción política general, estos sectores a veces olvidan del necesario trabajo de pedagogía teológica y política al interior de las comunidades cristianas. Utilizando terminología teológica, sin una consistente “reevangelización” de las masas cristianas desde los paradigmas del progresismo cristiano, el conservadurismo siempre dispondrá de la fuerza política suficiente como para mantener su ventaja en la batalla por la hegemonía en nuestras sociedades.

Lima, 06 de marzo del 2016
Juan Fonseca
Historiador

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