Por Hugo Córdova Quero y Nicolás Panotto
En esta conmemoración por los 500 años de la Reforma protestante, uno de los elementos más importantes a recordar sobre este acontecimiento es su significancia con respecto a una fuerte crítica y transformación sobre las cosmovisiones y prácticas monopólicas, no sólo en términos religiosos sino también político y económico. Por ejemplo, debido a que Lutero y los reformadores se oponían a la estructura jerárquica piramidal basada en el Obispo de Roma, las iglesias protestantes encarnaron un modelo de liderazgo y de toma de decisiones más horizontal. Mientras en la Iglesia Romana los Obispos son designados por el Papa, en las iglesias protestantes las y los obispos son designados por la comunidad de feligreses reunidos en asambleas donde se decide el destino de cada iglesia. Esto ha sido incluso adoptado por otros grupos tales como las iglesias de la rama Anglicana-Episcopal del cristianismo o de otras iglesias católicas que no son romanas. En muchas iglesias protestantes los cargos de los líderes son temporales y no ad eternum. Como la ordenación es considerada en muchos casos como un llamado vitalicio, las y los ministros cambian de parroquia cada determinado número de años.
Este simple ejemplo nos permite ver cómo un conjunto de transformaciones hacia adentro de la misma iglesia, tensiona las formas monopólicas imperantes y abre la puerta hacia otros discursos y prácticas, no solo en el seno eclesial sino, principalmente, en el contexto socio-político general. En otros términos, la Reforma Protestante del siglo XVI no fue simplemente un episodio religioso perdido en Europa sino que representó la inauguración de un movimiento religioso, social y cultural que se expandió por todo el continente. Por lo tanto, los efectos de la Reforma pueden aún observarse hoy en proceso dentro de nuestras sociedades, aunque hayan tardado siglos en alcanzarse plenamente en otros lugares.
Resaltemos algunos elementos importantes de su historia:
a) Uno de estos aspectos fue el lugar prominente que ocuparon las mujeres en la Reforma, especialmente las esposas de los reformadores: Katharine Von Bora (esposa de Lutero), Anna Reinhart (esposa de Zwinglio), Wilibrandis Rosenblatt (esposa de Keller, Ocolampadio, Capito y Bucer —en ese orden pues quedó viuda 4 veces), Katharine Schutz (esposa de Zell de Estrasburgo), Elizabeth Silverstein (primera esposa de Bucer), Katharina Krapp (esposa de Melanchthon), e Idelette de Bure (esposa de Strodeur y Calvino, en ese orden pues también quedó viuda dos veces). Todas ellas fueron prominentes líderes de la reforma. En una sociedad donde las mujeres estaban bajo tutela de los varones, que estas mujeres y muchas otras fueran líderes de la reforma, que organizaran las actividades eclesiásticas y que libremente junto a los varones pudieran —en plano de igualdad— expresarse en sus escritos, en sus himnos religiosos o en el arte, constituye un avance que se adelanta siglos a la sociedad circundante. No solo eso, sino también que pudieran participar de las decisiones de las iglesias es algo que a la Iglesia Católica Romana le ha llevado —aunque todavía le falta mucho por hacer— siglos. Lutero creía firmemente en el “sacerdocio universal de todos los creyentes” lo cual no inhabilitaba a las mujeres para ejercer roles ministeriales; al contrario, las facultaba para hacerlo. Por ejemplo, recuperando siglos de tradición del cristianismo, estas mujeres ejercían el rol de predicadoras — algo que en la Iglesia Católica Romana solo estaba —y continua estando— reservado al sacerdote varón. Al mismo tiempo, esta visión más horizontal de pareja —líderes religiosos varones casados con líderes religiosas mujeres— se convirtió en un modelo que luego influenció culturalmente Europa. La familia monógama nuclear burguesa pos-primera revolución industrial tiene sus raíces en este modelo de la reforma. Sale del modelo medieval de las mujeres como propiedad para entrar en un modelo de mutua relacionalidad. Como todo modelo no es perfecto, y con el tiempo hemos llegado a criticar el tono heterosexual y jerárquico que luego este modelo adquirió, pero pensemos que para la Europa renacentista, esto era extremadamente revolucionario.
b) Otro aspecto fue la educación pública obligatoria para todas y todos las/os niñas y niños. En la Europa medieval, los siervos de la gleba y su descendencia estaban atados a la tierra de sus señores. Desde muy temprana edad, las y los niñas/os trabajaban la tierra y contribuían a la economía familiar y social bajo el modo de producción feudal. La educación estaba en manos de la Iglesia Romana y solo los hijos varones —en su mayoría— de los nobles accedían a ella. Para Lutero y los otros reformadores esto era un despropósito. A través de nuevas regulaciones que protegían a mujeres y niñas/os, se crearon escuelas públicas donde se enseñaba por igual a niñas y niños. Entrada la historia de la presencia de los poderes coloniales en América Latina, la educación todavía seguía bajo la tutela de la Iglesia Católica Romana. Fueron las iglesias protestantes las que introdujeron el sistema de educación publico en las nacientes repúblicas latinoamericanas siguiendo el sistema Lancaster creado por el protestantismo norteamericano. Por ejemplo, Sarmiento contrató maestras estadounidenses para entrenar docentes en Argentina y crear el sistema público de educación primaria. El sistema Lancaster se basaba en la experiencia de escuelas públicas en la Europa reformista. Otros seguidores posteriores de la reforma, como Juan Wesley en Inglaterra, terminaron con el trabajo infantil en las minas y crearon también escuelas publicas. La Reforma en todas sus manifestaciones siempre ha propugnado por la educación libre para todas las personas.
c) Un último aspecto —entre muchos otros que se podrían mencionar— es el de acción social. Fueron las transformaciones legislativas y sociales de los reformadores en cada ciudad Europea donde el protestantismo se arraigó, creando bancos de comida, ropa y refugio para personas en necesidad, fondos de emergencias, orfanatos, talleres protegidos, escuelas con internado, centros vocaciones, hospicios y protección legal para mujeres y niñas/os. El rol del Estado en velar por el bienestar de sus ciudadanos fue tomado por los reformadores como un mandato del Evangelio de “amar al prójimo como a sí mismo”. La protección legal hacia las mujeres incluía el divorcio —especialmente en situaciones de infidelidad masculina o abandono de hogar— y la posibilidad de volver a casarse sin ser discriminadas. Muchos de estos países donde el protestantismo fue la confesión del estado —no podemos hablar de “religión del estado”, porque la religión es una sola, el cristianismo y el protestantismo son solo ramas dentro de este campo— estas leyes han in/formado y dado pie a otras leyes que aun hoy en día velan por el bienestar de sus ciudadanos.
Estos elementos nos permiten ver que la Reforma Protestante representó un fenómeno de profunda innovación en torno a un conjunto mayor de prácticas y cosmovisiones sociales del momento, bajo una “protesta” sobre el hecho de que las dinámicas de poder, las estructuras y el “sentido común” debían ser deconstruidas a la luz nuevos escenarios. Si traemos esto a la situación latinoamericana, veremos que, por su naturaleza, la visión de las iglesias de la reforma sobre los estados modernos de la región siempre apostaron a la construcción de espacios de convivencia democrática. Es que en el fondo, el Estado debía ser en el plano temporal/político/social lo mismo que las Iglesias en el plano trascendental/espiritual, es decir, comunidades de iguales cuyas decisiones se tomaban en conjunto. El hecho de que muchas iglesias evangélicas hoy día, mudando su liderazgo hacia el de Apóstoles vitalicios o fundando partidos políticos con la convicción de instalar leyes “divinas” en la sociedad, traicionan ese espíritu democrático de la reforma e instauran teocracias que poco tienen que ver con la manera en que los reformadores concibieron la relación entre religión y estado.
Que una comunidad de fe sea más democrática, con liderazgo horizontal y con personas que ejercen los ministerios de manera temporal y no vitalicia es un gran aporte para las democracias en nuestros países. Esto no solo implica respetar la posición de las/os Otras/os sino también apoyar la libertad de las personas en situaciones en las que quizás uno no esté completamente de acuerdo. Estos han sido algunos de los temas en que se han debatido las posturas en las iglesias protestantes: participación en la política, derechos humanos, comercio equitativo, sexualidad, entre muchos otros.
Aunque todo esto nos lleva a advertir, desde el espíritu que nos inspira la Reforma, que si bien en las democracias latinoamericanas se ha consagrado el derecho de la “libertad de culto”, todavía no se ha alcanzado el de “igualdad de culto”. Es un hecho que, debido a su historia colonial tanto por los imperios español como portugués, el cristianismo —especialmente el catolicismo romano— ha sido predominante en las sociedades, en la política y en medio de las culturas de América Latina. Se puede hablar de un «pasado colonial» tanto en la religión cristiana como en las sociedades en general. Los conquistadores trataron con violencia a los pueblos indígenas, que fueron juzgados como «idólatras» y obligados a adoptar la “verdadera religión”. Así, una de las consecuencias de ese pasado colonialista del cristianismo en todo el continente es que, aunque desde el siglo XIX se puede hablar de «libertad de culto», en el siglo XXI aún no podemos lograr la ansiada «igualdad religiosa».
La realidad es que las religiones en un contexto plural son la cara visible y tangible tanto del panorama religioso como de los aspectos políticos y culturales de las sociedades de América Latina en el siglo XXI. Esta desigualdad de culto no contribuye en lo absoluto a la democracia ya que genera ciudadanos de primera y de segunda categoría, basados en sus convicciones religiosas, y destina fondos que debieran ser usados para toda la sociedad hacia una institución religiosa particular, como el caso de la Iglesia Católica Romana. Este tema ha sido ampliamente debatido y puesto en la arena publica por las iglesias protestantes aunque no siempre ha sido recogido por los medios de comunicación social.
No nos olvidemos del llamado de Lutero: Ecclesia semper reformanda est. Es decir, el proceso de reforma y transformación deben ser constantes. Podríamos proyectar este sentir e inspiración a todos los procesos sociales. Como decía Paul Tillich, “El elemento protestante es la profunda proclama de la situación límite de la humanidad y la protesta contra cualquier intento de eludirla por medios religiosos, aun cuando la evasión se lleve a cabo con la ayuda de toda la riqueza, toda la grandeza y la profundidad de la piedad mística y sacramental.” Hoy más que nunca debemos inspirarnos por una “sensibilidad reformista”, que nos lleve a cuestionar todo discurso, gesto, práctica, política y forma institucional que intente absolutizarse —sea en nombre de Dios, de la Razón o de las “buenas costumbres”—, y con ello vulnere los derechos más básicos de la humanidad. Hoy como ayer necesitamos continuar en este proceso de reforma y transformación hacia prácticas y vivencias liberadoras, inclusivas, afectivas y abiertas, tal como lo hizo Lutero hace 500 años atrás.