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(Parte I)

Enrique Vega-Dávila

 Hace algún tiempo, un buen amigo me decía que cuando alguien empezaba a criticar lo que gente menor hace, entonces esa persona había dejado de ser joven. Y, claro, algunas críticas expresan la incomprensión de una generación por la otra, pero esto no se da solo hacia quienes son jóvenes sino que se da en ambas direcciones; cada vez más se hace incomprensible el acceso a las constantes existenciales de cada generación y son, también, desconocidas las interrogantes del mundo que ya es adulto. No solo quienes son jóvenes viven incomprensión, el mundo adulto lo vive a su propio modo, por eso es necesario poner mayor atención en todo lo que está a nuestro alrededor.

Hay varios elementos para ser destacados del mundo juvenil y si bien escribo como adulto, deseo que estas reflexiones no signifiquen el juicio “de quien antes era joven” sino “prestar mi pluma” y presentar algunas ideas a agentes pastorales que desean vivir su ministerio en medio de este grupo tan diverso.

Por todo esto, creo que debemos partir del hecho de valorar una riqueza de culturas juveniles existentes y que estas conviven y perviven simultáneamente; jóvenes de cierta agrupación religiosa mantienen un vínculo que les identifica, pero hay también otros grupos de jóvenes que se relacionan por otras causas y también quienes no poseen ningún tipo de vínculo con agrupación alguna; hay jóvenes que se vinculan por redes sociales y a quienes les son indiferentes estas, quienes poseen vínculo solo mediante estas pero que no participan de ningún otro espacio “real”; hay jóvenes “Smart” pero hay quienes critican el consumo capitalista que implica el uso de los celulares… Lo cierto es que “la juventud se adapta, incorpora, crea y transforma su entorno social y cultural más íntimo, más inmediato”[1] y no necesariamente hemos tenido en cuenta ello, cada vez más jóvenes están fuera de la Iglesia y lo más preocupante aún es que hemos dejado de ser referentes.

 

Respondiendo…

En las siguientes líneas presentaré mis respuestas a parte del cuestionario que fue enviado con miras a preparar el Instrumento de trabajo del próximo Sínodo de obispos, este –como sabemos- abordará el tema de los jóvenes, la fe y el discernimiento; quienes trabajamos en espacios juveniles en diferentes ámbitos tenemos nuestras propias respuestas, haré el esfuerzo de colocar en lo que planteo lo compartido tanto con jóvenes como con agentes pastorales que me han ayudado en mi propio ministerio.

 

¿De qué modo escuchan la realidad de los y las jóvenes?

Escuchar la realidad no es un asunto sencillo; como adultos y adultas siempre hemos de reconocer que escuchamos a jóvenes desde nuestros parámetros, desde nuestras experiencias y también desde nuestras propias exigencias. Escucharles supone un real esfuerzo por “entrar en tierra sagrada” (Cf. Ex 3, 4), situación que no es sencilla ya que al no ser conscientes de la brecha generacional tendemos a distanciarnos de modo irreconciliable[2].

Escuchar a quienes son jóvenes implica un proceso de evaluación, no de quienes son jóvenes sino de quienes queremos trabajar con ellos o ellas[3]; el cardenal Martini presentaba así esta misma idea: “La educación cristiana implica por supuesto también la capacidad de crítica y la expresión de la propia opinión: de ese modo, escuchar y aceptar las preguntas y los reconocimientos de la juventud es un requisito de una educación religiosa”[4]. Eludir esta tarea es renunciar a nuestra misión.

Cuando me pregunto si escuchamos o no a quienes son jóvenes, debo reconocer los esfuerzos de agentes pastorales, sus rostros concretos, sus vidas entregadas a las juventudes desde diferentes ámbitos y no solo las eclesiales, algunas desde el espacio público y otras desde el trabajo silencioso. Pero también se me viene a la mente mucha frustración de jóvenes que viven postergación debido a proyectos pastorales centrados solamente en lo sacramental o que ponen su atención en un solo tipo de carisma o visión de Iglesia, recuerdo por ejemplo a una adolescente que me decía que dejó de ser acólita en su parroquia porque el presbítero encargado le había dicho que “el altar era para varones” o el estudiante que decía en clase: “Tú dices que la Iglesia es convocatoria, pero yo (por ser como soy) no me siento convocado”, la primera excluida por ser mujer, el segundo por ser homosexual.

Podríamos emplear una serie de técnicas para levantar información y recoger intereses o saberes, y de hecho hay quienes creen que ese es el modo para introducirnos en el mundo juvenil, no quito mérito a ese esfuerzo pero sin una actitud realmente de acompañamiento y presencia entre quienes son jóvenes, ellos y ellas seguirán siendo tan solo un “objeto”. Y es que “casos protagonizados por los propios jóvenes… reclaman no solo ser objeto y cumplir tareas, sino ser sujetos ejecutores de las propuestas tanto políticas, sociales, económicas como religiosas”[5], por lo que no podemos aproximarnos a ellos o ellas con miras a decirnos qué hacer o buscar algo de ellos o ellas ya que de ese modo estaríamos intrumentalizándoles, la idea es simplemente estar.

La vida clama con otras constantes, grita con voces aún no escuchadas, sueña con anhelos desconocidos: ¡todas las generaciones han descubierto lo propio! No podemos creer que porque las juventudes ya no danzan con nuestras melodías, eso signifique que los y las jóvenes han dejado de bailar. En estos momentos no pienso en la conversión de jóvenes sino en la conversión de quienes somos adultos y trabajamos con ellos y ellas, porque debemos “tomar una nueva orientación, (que) se caracteriza por el mover y conmover en la dirección de la comunidad, en el seguimiento a Jesús (y…) requiere la convicción personal y comunitaria de que “la vida de los jóvenes es una forma de discipulado y misión”; reconocer lo “sagrado” que habita en la novedad; encontrar con ellos y ellas nuevos caminos”[6].

Por otro lado, se habla de escuchar a quienes son jóvenes pero no sé si realmente queremos aquello o si lo hacemos aquello de modo suficiente, pienso que sí hacemos un esfuerzo por saber qué piensan, pero a veces en balde ya que muchas instituciones pastorales quedan cortas para atender las exigencias que van proponiendo. Crear espacios juveniles donde ellos y ellas sean protagonistas es un reto, ya que por lo general sienten cierta presión por un mundo adulto que tiene una propuesta a veces difícil de cambiar. Pienso de nuevo en nuestra responsabilidad como gente adulta, ya que a veces quienes asesoramos o acompañamos ponemos límites –sin querer- a quienes son jóvenes; me pregunto también si a los y las jóvenes que invitamos a tener una experiencia de Dios también les ofrecemos un espacio para sostener procesos que le ayuden en su propia juventud[7].

 

¿Cuáles son hoy los principales desafíos y cuáles son las oportunidades más significativas para los jóvenes del país?

Cuando me preguntan cuál es la misión de quienes son jóvenes, suelo responder de tal modo que genero un poco de espanto; suelo decirle a la gente que la misión del joven y de la joven es simplemente dejar de serlo y pasar a la adultez[8]. Y es que, claro, una de las tensiones existentes en algunos espacios juveniles es mantener a quienes son jóvenes -o a las personas en general- en los grupos existentes y prolongar de algún modo la juventud.

Se piensa en quienes son jóvenes con una capacidad productora y con muchas posibilidades; se dice que juventud y creatividad son casi sinónimas, pero si nos queremos aproximar a los desafíos que viven, no podemos reducir ninguna de las dimensiones de sus existencias y, mucho menos, negar la exclusión, la pobreza, la marginación o violencia[9] que les afectan de modo directo. Estos factores les atañen de la manera más diversa, cosa que hace mucho más heterogéneo al mundo juvenil.

Por ejemplo, una joven puede ser creativa y con muchas habilidades sociales pero por el estereotipo de mujer puede sentirse vulnerada por tener más peso que sus amigas. Puede que un joven tenga acceso a educación formal, incluso con alguna beca, pero las distancias en la ciudad le dificultan alimentarse sanamente. Las dificultades que viven los y las jóvenes no son diferentes a las que vivimos otras personas en la ciudad; sin embargo colocamos nuestra atención dado que son nuestro presente, pensemos en que casi un tercio del país representa la llamada “cuota joven”[10] y que ya van ejerciendo responsabilidades en los espacios públicos.

En este sentido, no solo debemos pensar “religiosamente” y creer que quienes son jóvenes “necesitan de Dios” para llenar sus vacíos, porque también hay hambre de pan, hambre de educación, hambre de seguridad, hambre de salud. Los y las jóvenes no son “velas con pies”, debemos aproximarnos a ellos y ellas desde esa interseccionalidad que afecta todas sus dimensiones[11] y acompañar en la toma de conciencia sobre cómo les afecta. Una pastoral integral no puede “solo hablar” de Dios ni pueden ser una suerte de placebo las respuestas que les damos, una pastoral juvenil integral fomenta mayor consciencia de la realidad y de la capacidad dinamizadora que ellos y ellas poseen[12].

Por eso, una pastoral que tiene a jóvenes en sus grupos pero que no se preocupa lo suficiente por su futuro y, aún más, por las causas estructurales que están de fondo en su propia condición, termina por alienarlos a un sistema religioso que no produce fe sino ideología religiosa. Pienso que debemos fomentar procesos que puedan vivir la fe como transversal e integradora de las otras dimensiones[13]. Mucha gente se entristece cuando hay poca participación de jóvenes en espacios creyentes debido a que deben estudiar o trabajar; cuando en realidad deberíamos alegrarnos por ello, ya que están haciendo algo por y para sí en una sociedad tan competitiva como la nuestra.

En este sentido, un desafío permanente del mundo juvenil se encuentra relacionado con la educación; la gran cantidad de universidades e instituciones preuniversitarias que tenemos en el país es evidencia de una necesidad que está siendo atendida de diferentes modos. Acceder a una universidad estatal es complicado para muchas personas, por lo que recurrir al sector privado es la alternativa más viable; y aunque no siempre está garantizada una educación de calidad en esos establecimientos, sigue siendo una demanda a la que sus ofertas responden. De ahí que, tanto la inserción laboral como la pobreza como horizonte negativo, condicionan el proceso de desarrollo de jóvenes.

 

[1]   J. RIVERA-GONZÁLEZ, “Juventudes en América Latina: una reflexión desde la experiencia de la exclusión y la cultura”. En Papeles de Población (México, 2013), vol. 19, núm. 75, p. 2.

[2]    Cf. E. VEGA, “Jóvenes y adultos: una reflexión a partir de Wolverine”, tomado de La Periferia es el centro en Diario La República. Revisado el 30 de mayo de 2017. http://larepublica.pe/politica/867527-jovenes-y-adultos-una-reflexion-partir-de-wolverine

[3]    Cf. M. Agüero, “Los procesos de educación en la fe de los jóvenes”. En Proyecto nacional de formación, (CEP, Lima, 2012), p. 74ss. Cf. E. VEGA, “La gloria de Dios es que el joven viva”, en Joven, ¿qué dices de Dios? (CEP, Lima, 2012), p. 55.

[4]    C. MARTINI, Coloquios nocturnos en Jerusalén (San Pablo, Madrid, 20082), p. 33.

[5]    SEJ-CELAM, Civilización del amor. Proyecto y misión (CELAM, Bogotá, 2012), n. 128.

[6]    SEJ-CELAM, Civilización del amor. Proyecto y misión, n. 386.

[7]    Cf. C. CASTILLO, La opción por los jóvenes en Aparecida (CEP, Lima, 2008), pp. 98ss.

[8]    Cf. E. ERICKSON, Ciclo vital completado (Paidós, México, 1988), p. 84.

[9]   Cf. CELAM, Documento conclusivo de Aparecida (CELAM, Bogotá, 2017), n. 65. No puede hablarse de procesos humanos, menos de fe, sin considerar el entorno: “En el contexto latinoamericano podemos preguntarnos: ¿cómo agradecer a Dios el don de la vida desde una realidad de muerte temprana c injusta?, ¿cómo expresar la alegría de saberse amado por el Padre desde el sufrimiento de los hermanos y hermanas?, ¿cómo cantar cuando el dolor de un pueblo parece ahogar la voz en el pecho?”. G. GUTIÉRREZ, Beber en su propio pozo (Sígueme, Salamanca, 1984), p. 15.

[10]   Cf. SENAJU, Informe Institucional de la SENAJU 2011-2016 (MINEDU, Lima, 2016)

[11]   Cf. S. KNUDSEN, Intersectionality – A Theoretical Inspiration in the Analysis of Minority Cultures and Identities in Textbook. Cf. Klaudio DUARTE – B. TOBAR, Rotundos invisibles. Ser jóvenes en sociedades adultocéntricas (Caminos, La Habana, 2003), pp. 27ss.

[12]   Cf. SEJ-CELAM, Civilización del amor. Proyecto y misión, n. 159.

[13]   Cf. E. VEGA, “Marco teológico”, en Marco de referencia nacional (CEP, Lima, 2012), p. 113.

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