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Por: Ely Orrego Torres (*)

(*) Coordinadora de Investigaciones y Publicaciones GEMRIP. Politóloga y magíster en pensamiento contemporáneo. Miembro de la Iglesia Evangélica Luterana en Chile. E-mail: eorrego@gemrip.org

“La marcha más multitudinaria de la historia”. Así denominaron los medios de comunicación a la reciente marcha del día de la mujer en Santiago de Chile. Con un conteo oficial que cifró cerca de 190.000 asistentes, aunque otros números aseguran que más de 350.000 personas se habrían congregado a lo largo de la Alameda. Y no fue solo en la capital, sino que también en regiones y alrededor del mundo.

                Todo el mundo, en su mayoría hombres, se preguntaba: ¿qué pasó? ¿qué ocurrió en la historia para alcanzar ese nivel de convocatoria en una marcha que reivindique la igualdad de géneros y el feminismo? Y aunque algunos analistas siguen sin entenderlo, como mujeres hemos estado trabajando para visibilizar la problemática en nuestros espacios tanto privados como públicos. En particular, en el ámbito religioso.

                Históricamente, la Iglesia se ha entendido como un lugar que reproduce las lógicas de poder y de machismo. Es por ello que algunos grupos feministas denuncian a la religión y su institucionalidad como un ejemplo del patriarcado que se debe desmantelar. Para algunas, la religión responde a un sistema de opresión que es opuesto a la propuesta del feminismo, por tanto, hay que salir de él o simplemente destruirlo. Pero, ¿qué ocurre con las mujeres de fe que en su experiencia religiosa ven la liberación propuesta por el Evangelio?

                Muchas son las historias de la Biblia donde se habla del rol de las mujeres para dar a conocer el Evangelio y las experiencias liberadoras de su fe para el desarrollo de la historia. La reina Ester y su prudencia política que salvaron a Israel de una masacre; las discípulas María y María Magdalena a quienes se les apareció Jesús y que llevaron la noticia de la resurrección a los otros discípulos; la primera y única jueza de Israel llamada Débora; Priscilla que lideraba una de las iglesias a las cuales Pablo le escribe en su epístola a los romanos; la sororidad entre Rut y su suegra Noemí; o las diversas prostitutas que son mencionadas en la Biblia como mujeres de fe y misericordia, pese al prejuicio que cargaban como mujeres; entre muchas otras.

                No obstante, cuando hablamos del rol de las mujeres en las iglesias, principalmente se alude a su devoción y servicio en materias domésticas. Conocido es el Proverbio 31 que idealiza a la mujer y que ha sido emblema de cómo debiéramos ser las mujeres de fe o del modelo que los jóvenes buscan como futura esposa. O ciertos versículos del apóstol Pablo que atribuyen a la mujer una función sumisa dentro de la iglesia, relegada a su posición como esposa y sierva. Lamentablemente, estas interpretaciones son las que han permanecido en la mayoría de las iglesias cristianas, olvidando el rol de liderazgo, enseñanza y fe más allá de lo servicial de las mujeres.

                Por eso, cuando las mujeres se reúnen a alzar la voz y denunciar lo que ocurre dentro de las iglesias, incluyendo abusos y discriminaciones, los líderes se escandalizan. Porque están desafiando lo que, aparentemente, enseña la Biblia. Y les incomoda. Les incomoda que aparezcan nuevas “Esters”, “María Magdalenas”, “Déboras” y “Priscillas” a cumplir el rol que les corresponde. Solo basta con visitar cualquiera congregación cristiana para visibilizar esta realidad. Curiosamente, la etnografía nos muestra templos con una mayoría de mujeres asistiendo cada domingo a los cultos, colaborando en las labores de cocina y siendo contención para otras que buscan en la iglesia un lugar para vivir el amor que no tienen en su hogar. En ese sentido, los grupos de mujeres en las iglesias cumplen una función que, por ejemplo, ningún psicólogo puede otorgar a una mujer que está siendo violentada por su marido o hijos. La iglesia es su espacio de fe, pero también de libertad, sororidad y esperanza.

                Hoy es el kairós de las mujeres. La Biblia habla extensamente sobre este término temporal que refiere al “momento oportuno o decisivo” y que es utilizado para referir la llegada de Jesús como el Mesías (Lucas 19:44 y Lucas 13:56) o para mencionar la importancia del amor en las comunidades cristianas primitivas (Romanos 13:11, Gálatas 6:10, Efesios 5:16 y Colosenses. 4:5). En ese kairós, mujeres de fe toman protagonismo y relevancia histórica. Lo hicieron el viernes pasado denunciando los abusos cometidos por la iglesia frente a la Catedral Metropolitana de Santiago, pero también marchando junto a otras mujeres, sin importar las denominaciones religiosas que nos diferencian. Es el kairós porque como mujeres de fe ya no tenemos miedo al hablar de las invisibilizaciones, violencias y discriminaciones que en lugares de fe acontecen. Es el kairós porque como mujeres estamos empoderadas para asumir liderazgos, enseñar y ser profetisas anunciando el Reino de Dios. Es el kairós porque como mujeres de fe podemos ser feministas sin que esto sea contradicción con nuestras convicciones religiosas. Es el kairós porque tenemos el desafío de incluir a todas las mujeres, incluso a aquellas de las minorías sexuales en este compromiso de amor, sororidad y fe. Es el kairós porque es el momento de vivir la sororidad y amor como en las comunidades a las que Pablo escribía. Es el kairós porque es el ahora, está aconteciendo y nada nos volverá a silenciar, aunque esto les incomode.    

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