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Ciencia y fe: una alianza necesaria para enfrentar el colapso

¿Cómo pueden las comunidades de fe contrarrestar el escepticismo, la desinformación y el negacionismo frente a la ciencia y la evidencia? [1].

Por Arianne van Andel

«Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,  

guardé silencio, ya que no era comunista.  

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,  

guardé silencio, porque no era socialdemócrata.  

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,  

no protesté, porque no era sindicalista.  

Cuando vinieron a llevarse a los judíos,  

no protesté, porque no era judío.  

Cuando vinieron a buscarme,  

no había nadie más que pudiera protestar».


 

Quiero comenzar esta reflexión sobre cómo enfrentar la desinformación y el escepticismo frente a la agenda de los ODS con este poema del pastor luterano Martin Niemöller, quien lo escribió en Alemania en 1945, después de haber apoyado inicialmente la política nazi. Lo cito consciente del contexto actual de las matanzas en Palestina y Ucrania, las detenciones y deportaciones arbitrarias de migrantes y activistas en Estados Unidos, la persecución de activistas medioambientales en toda América Latina y la crítica general al multilateralismo.  

¿Por qué es tan importante contrarrestar el escepticismo, la desinformación y el negacionismo frente a la ciencia y la evidencia? ¿Qué está en juego? ¿Cuál es el peligro de no hacerlo? ¿Cuál es el valor de la ciencia y la evidencia para las comunidades de fe? ¿Y cuál es el valor de las comunidades de fe para la ciencia y la evidencia? Encontré la respuesta en este poema y trataré de explicar por qué.  

Primero, hay que distinguir términos. El escepticismo es una corriente filosófica o una actitud que afirma que la verdad no existe o que, como seres humanos, no somos capaces de reconocerla. Una actitud algo escéptica puede ser parte de un pensamiento crítico, que es saludable. La ciencia misma debe tener algo de escepticismo para relativizar continuamente sus propias verdades. A la religión también le haría bien.  

Sin embargo, la desinformación y el negacionismo son otra cosa. Cito una definición del gobierno de Chile: la desinformación es la información falsa o engañosa difundida con fines lucrativos o para engañar de forma deliberada.  

El negacionismo, por su parte, es un rechazo sistemático de hechos respaldados por la evidencia científica o histórica, que busca influir en la opinión pública para favorecer determinados intereses.  

En estas definiciones quiero resaltar las palabras: “de forma deliberada”, “con fines lucrativos” y “para favorecer determinados intereses”. Creo que lo más importante para contrarrestar la desinformación es preguntarnos: ¿quiénes se benefician al difundir esa información? ¿Y con qué interés la difunden?  

Sabemos todos que, en general, son los grupos de poder, corporaciones y grupos políticos vinculados a estos poderes los que difunden desinformación para que no hagamos estas preguntas. La desinformación es información falsa, es decir, mentira, y tiene el fin de manipular a las personas para defender intereses.  

Hannah Arendt dice: “Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea la mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira, no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras.”

Los grupos religiosos están en una posición ambigua entre los grupos de poder y la comunidad científica. A veces apoyan a un lado y a veces al otro. Lo vemos simbólicamente reflejado en Niemöller, quien, como pastor, primero apoyó la política anticomunista del régimen nazi y luego cambió radicalmente de opinión.  

Para contrarrestar la mentira de la desinformación, es importante que las comunidades religiosas apoyen las evidencias respaldadas por el consenso de la comunidad científica y no a los grupos de poder. La pregunta: “¿a quién beneficia esta información?” es, por lo tanto, la más importante.  

Ciencia y religión: ámbitos diferentes 

Sin embargo, la relación entre fe y ciencia siempre ha sido conflictiva, porque ambas están involucradas de distintas formas en la búsqueda de entender la existencia humana y llegar a ciertas verdades sobre ella.  

A mí siempre me aclara la idea de que la ciencia habla del “cómo” del funcionamiento del mundo, mientras que la religión habla del “por qué” o “para qué”: sobre el sentido del mundo. Si podemos acordar en esto, ambas podrían dar respuestas a preguntas diferentes.  

En muchas comunidades religiosas, y también fuera de ellas, se mezclan términos, a veces por confusión y a veces como parte de la desinformación:  

  • Se defienden narrativas de la creación como si fueran eventos históricos científicamente probados.  
  • Se dice que datos científicos son creencias religiosas, como cuando se interpreta el cambio climático como signo del fin de los tiempos.  
  • Se nombra ideología a lo que es ciencia, como en el caso de la “ideología de género”, que no existe, sino que intenta descalificar las “teorías de género”, que cuentan con un amplio consenso científico.  
  • Se presenta como ciencia lo que es claramente ideología, a la vez que se afirma que “está científicamente probado que solo existen varón y mujer”.  

Creo que para contrarrestar la desinformación es importante educar en la distinción entre preguntas y lenguajes científicos y religiosos, así como enseñar sobre qué es la ideología. Para esto, dentro de las comunidades religiosas, resulta crucial fomentar el diálogo con el conjunto de la comunidad científica para informarse bien sobre lo que está sucediendo. La metodología científica es rigurosa en su búsqueda de consensos para el bien común. Es la única verdad consensuada que tenemos. 

La crítica a la Modernidad

Esto no significa que no haya crítica posible tanto a la ciencia como a la religión.  

Ambas han sido muy influenciadas por la Modernidad, que cada vez es más, y justamente creo, criticada por algunas tendencias que ha generado. La Modernidad ha hecho que la ciencia occidental sea muy racionalista y positivista en sus verdades, fragmentando la realidad y concentrándose en el individuo. Además, algunas ciencias se han vendido a los grandes capitales, mermando así su credibilidad.  

La religión occidental, por su parte, se ha retirado del ámbito público, tiende a preocuparse por la salvación individual o instala sus propias verdades absolutas, interpretando sus narrativas religiosas como verdades científicas positivistas. En resumen, ambas no siempre ven su propia subjetividad y corren el peligro de perder el enfoque en las relaciones y el bien común.  

Para la ciencia, esto significa que necesita seguir cambiando un paradigma demasiado occidental, moderno e individualista y continuar en búsqueda de una metodología que reconozca la subjetividad, la interdependencia y la relacionalidad entre todo lo que existe. Esa es la gran propuesta de la ciencia ecológica. El eco-teólogo Afonso Murad escribe: “Al dar el salto al ‘conocimiento de las relaciones’, la ecología cambia la forma en que se practica la ciencia y los seres humanos entienden a sí mismos”.  

Algunos movimientos religiosos argumentan que hay que contrarrestar la desinformación con una nueva gran narrativa, con una verdad absoluta religiosa, en contra del relativismo. Yo no apoyo esa postura. En las religiones, es vital reconocer que la verdad se encuentra en la vida y en el camino con otros; ninguno de nosotros la tiene individualmente, ni ninguna comunidad la tiene por sí sola.  

Mi gran convicción religiosa es que nombrar a Dios o a la trascendencia es precisamente eso:  

Primero, el reconocimiento más profundo de que soy limitada como ser humano frente al Todo y a la Trascendencia.  

Segundo, que soy igual a todos los demás seres humanos en esa limitación.  

Conclusiones

En nuestro tiempo, faltan urgentemente horizontes de sentido común. Los ODS son un horizonte consensuado desde la ciencia y la política y ofrecen una visión común de un desarrollo sustentable para todos y todas.  

Pero quizás carecen de una narrativa de sentido más ampliamente apoyada, la cual podría ser desarrollada en las comunidades de fe en su diversidad. Se trata de abordar la pregunta del “por qué” de una sociedad sin pobreza, sin hambre, con salud y bienestar, educación de calidad, un medio ambiente limpio, igualdad y paz. No se puede responder a estos “por qué” desde la ciencia. Es ahí donde necesitamos una apuesta de fe: una creencia profunda en nuestra humanidad compartida, en lo sagrado de esta existencia y en la importancia del bien común. Este bien común puede ser defendido por las comunidades de fe cuando salen de sus burbujas, como lo hizo Niemöller.  

En las comunidades de fe, y sobre todo en los grupos interreligiosos, las personas se encuentran cara a cara, en su diversidad. Cuando las comunidades se reúnen, se dan cuenta de que existen múltiples verdades sobre el sentido de nuestra existencia, pero que podemos llegar a consensos para una convivencia sana. En estas comunidades podemos aprender a manejar los conflictos mediante el diálogo y a desarrollar un pensamiento crítico frente a la mentira y la desinformación. Además, se pueden educar en herramientas para distinguir lo que es información consensuada científicamente de lo que no lo es.

Así, las comunidades de fe podrían cuestionar los intereses detrás de la información, aliarse con la comunidad científica, distinguir claramente entre verdades científicas y cuestiones de sentido, y crear horizontes para el bien común.

Pero, sobre todo, las comunidades de fe pueden ser espacios donde descubrimos que la manipulación del poder y la mentira intentan generar miedo hacia “el otro”. La única forma de contrarrestar este miedo es a través del amor y la construcción de lazos de confianza. Estos lazos nos enseñan que todos somos seres humanos, con nuestros miedos y vulnerabilidades, y que necesitamos convivir en la diversidad.

Es esta sensación de pertenencia a una humanidad compartida la que se encuentra en peligro debido al clima permanente de desinformación actual. Esto es lo que está en juego en el diálogo entre ciencia y religión: el reconocimiento de que somos una sola humanidad, que no debemos repetir los horrores del pasado, y que podemos enfrentar los grandes desafíos del presente con el horizonte de esperanza que nos brindan los ODS.

[1] Texto pronunciado en el marco del Pre-Foro Interreligioso de la Octava Reunión del Foro de los Países de América Latina y el Caribe sobre el Desarrollo Sostenible, CEPAL, Santiago, 31 de marzo 2025.
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