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Por Julio Córdova

Nadie pensó el 16 de agosto, 64 días antes de las elecciones generales en Bolivia, cuando se oficializó su candidatura a la presidencia, que Chi Yung, pastor presbiteriano, coreano nacionalizado boliviano, iba a cambiar el escenario electoral. Médico de profesión y pastor por vocación, quien se presentaba a sí mismo como fundador de más de 70 iglesias evangélicas, el “Dr. Chi” reemplazaba al renunciante Jaime Paz Zamora, ex presidente y ex seminarista católico, en el Partido Demócrata Cristiano (de tradición también católica).

En menos de un mes Chi subió del 0% al 6% en la intención de voto. En las elecciones generales del domingo 20 de octubre obtuvo el 8,79% de los votos, quedando en tercer lugar después del actual Presidente Evo Morales (46,85%) y del principal opositor Carlos Mesa (36,74%).*

Chi fue visto por el electorado boliviano como un “curioso y pintoresco personaje”. Con un manejo deficiente del castellano (igual que “el gringo Goni” que ganó la presidencia en 1993, o que “el indio” Evo Morales), este “chino” llamó inmediatamente la atención. En las entrevistas televisivas (que fue su principal medio de campaña), citaba textos bíblicos, y hacía llamados al “arrepentimiento” y a “volver al Dios de la Biblia”. Chi Yung no sólo obtiene el respaldo de los evangélicos conservadores. Su exótica figura también atrae la simpatía de un segmento del electorado decepcionado con los “políticos tradicionales” y en busca de “alguien nuevo”.

Chi condenó el “paganismo” de Evo Morales por “idolatrar” a la Pachamama (madre tierra). Afirmó que el trágico incendio en los bosques de tierras bajas (Chiquitanía) por más de 70 días, que consumió cerca de 4 millones de hectáreas, era un “castigo de Dios” porque en Bolivia se estaban aprobando leyes a favor de las diversidades sexuales. Dijo que las personas GLBTI necesitaban tratamiento psiquiátrico. Señaló sin ruborizarse que la violencia hacia las mujeres era una reacción compresible frente a lo “contestonas” que se volvieron ellas, y a su falta de sumisión al hombre. Dijo que había que educar a las mujeres para que aprendan su rol en el hogar (cocinar y cuidar a los hijos). Se definió como un “capitalista cristiano” y, al igual que Bolsonaro, señaló que el centro de su programa de gobierno es “colocar a Dios en primer lugar en Bolivia”.

Como Trump, Chi Yung tiene una polémica vida personal. Entre el 2003 y el 2018, el pastor presbiteriano fue demandado 19 veces en los estrados judiciales. Trece veces por incumplimiento de beneficios sociales a trabajadores (en su calidad de propietario de una clínica privada en Santa Cruz), dos por lesiones graves, una por homicidio culposo (en el ejercicio de su profesión como médico), y una por falta de asistencia familiar a su hijo menor de edad. Incluso estuvo recluido en la cárcel por algunos días por denuncias de lesiones graves por mala praxis médica. A estas denuncias hay que añadir la última, en septiembre, en plena campaña, presentada por organizaciones GLBTI ante el Comité Nacional Contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación, por las declaraciones abiertamente discriminatorias de este candidato no sólo contra las diversidades sexuales; sino también contra las mujeres y contra los pueblos indígena-originarios.

Pero nada de la polémica vida personal del candidato importa. Al igual que el respaldo conservador a Trump y Bolsonaro, la postura de Chi “en defensa de la vida y de la familia tradicional” significó el inmediato respaldo de un electorado ultra conservador que se define a sí mismo como evangélico. En un país donde se estima que este sector religioso llega a cerca del 20% de la población.

El potencial de este “nicho evangélico” fue visto primero por otro candidato presidencial: Víctor Hugo Cárdenas (ex miembro de una iglesia bautista rural), que nombró como su acompañante de fórmula a Humberto Peinado, pastor de una iglesia neopentecostal de la ciudad de Santa Cruz, y con una relación orgánica con los movimientos “Con Mis Hijos No Te Metas” y “Plataforma Boliviana en Defensa de la Vida y la Familia”. Sin embargo, en labios del “pastor Chi” este discurso conservador suena más creíble.

Durante la campaña electoral, ambos candidatos, Víctor Hugo Cárdenas y Chi Yung, utilizaron abiertamente las redes evangélicas para tratar de ganar votos. Fueron “bendecidos” por líderes evangélicos conservadores. Usaron los templos y los encuentros evangélicos con fines proselitistas. Curiosamente, la principal entidad que aglutina a los evangélicos, la Asociación Nacional de Evangélicos de Bolivia (ANDEB), no se pronunció públicamente para rechazar esta instrumentalización de las iglesias evangélicas con fines político partidistas. Es más, algunas entidades como el diminuto “Consejo Nacional Cristiano”, expresaron públicamente su apoyo a Chi.

A diferencia de Evo, que concentra su apoyo en el área rural y en sectores pobres urbanos, y de su contrario, Carlos Mesa, que -inversamente- es apoyado por las clases medias de las principales ciudades de Bolivia, el apoyo electoral a Chi es uniforme en todas las clases sociales, tanto en ciudades como en el campo, y en todos los segmentos de edad. Están dadas las condiciones para que en futuras elecciones, surjan figuras políticas al “estilo bolsonaro” que con un discurso ultra conservador, aglutinen tras de sí al codiciado y determinante “voto evangélico”.

Son al menos dos las lecciones aprendidas sobre el voto evangélico conservador durante la reciente campaña electoral en Bolivia: En primer lugar, mientras existan avances normativos para garantizar los derechos de mujeres, niños/as y de las diversidades sexuales, la reacción religiosa conservadora, principalmente evangélica, irá creciendo e impactando el escenario electoral de los diferentes países en América Latina.

En segundo lugar, queda claro que el tradicional “ethos protestante” promotor de la separación Iglesia-Estado, ya no orienta las acciones de los evangélicos conservadores. Ellos impulsarán la instrumentalización política de la fe evangélica en aras de imponer sus convicciones religiosas anti derechos desde el Estado. La libertad de conciencia, una preciosa herencia de la Reforma Protestante y piedra angular de la democracia moderna, ya no es parte de la cultura religiosa de la mayoría de los evangélicos conservadores en Bolivia y en América Latina.

* Información extraída de https://trep.oep.org.bo

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