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Hugo Córdova Quero*

La masacre acontecida en Orlando, Florida, EEUU en la madrugada del domingo 12 de junio es un acto condenable, lamentable y doloroso. Este evento dejó 49 personas muertas y 53 heridas. Perpetrado en una disco gay llamada Pulse, la mayoría de las víctimas son de origen latino-americano, muchxs de ellxs inmigrantes. Es conocido que el estado de Florida es uno de los que mayor cantidad de personas de origen latinoamericano tiene junto con Texas y California. Según los datos del censo de 2010, la mayor parte de las personas latinas en EEUU trazan sus raíces étnicas en Centroamérica, México, Puerto Rico, Cuba y Sudámerica. Sobre una población de 280 millones de habitantes en el país, las personas latinas suman 35 millones.

La triste matanza de Orlando, sin embargo, es un conglomerado de múltiples violencias que se solapan, potencian, invisibilizan y se cooptan de acuerdo a la ideología de quienes analizan la situación. De acuerdo al medio que unx recurra por información acerca de este hecho, unx recibirá la noticia filtrada de acuerdo a estas visiones sesgadas. No existe prensa independiente e imparcial, pues cada persona reportando una noticia lo hace desde su propio blickpunkt, su lugar en el mundo, el cual conlleva las ideologías aprendidas e incorporadas en el complejo proceso de socialización y culturización que cada persona realiza al crecer y formarse profesionalmente. Consciente de esta situación, el presente escrito no intenta ser imparcial ni “aséptico”. Al contrario, es una mirada más entre muchas que intentan comprender cuáles fueron las situaciones que se han gestado detrás del mismo. Permítanme exponer algunas de las situaciones que constituyen -a mi entender- las múltiples violencias que se entrecruzan en este hecho.

En primer lugar, tenemos la violencia étnica que se produce hacia quienes no forman parte del grupo étnico hegemónico. El origen de las comunidades latinas en EEUU tiene diversas raíces, que van desde la anexión de territorios obtenidos luego de la derrota de México en la guerra con EEUU entre 1846-1848 en los que la población latina permaneció en el territorio pero sin los mismos derechos que las personas anglosajonas, hasta la migración y el exilio de miles de personas provenientes de América Latina. Una realidad en países con alto porcentaje de inmigrantes es la relegación de estas personas a un lugar de segunda. Es decir, la hegemonía de un país siempre está en manos de un grupo étnico que detenta el poder y los privilegios conllevados por ese poder, lo cual es independiente de su número. Es decir, ya sea la mayoría o la minoría numérica, el grupo étnico hegemónico detentará el poder y sus privilegios por sobre la situación de quienes son —consecuentemente— considerados subalternos. Hay minorías en el poder en, por ejemplo, los poderes coloniales que invaden otro territorio y someten a su población. En el caso de EEUU, la mayoría hegemónica se encuentra en la “raza blanca”, un constructo étno-ideológico que varía de lugar en lugar. Es decir, quienes pertenecen a la “raza blanca” pueden no serlo en otro lugar, pues la construcción de la blanquedad no es biológica ni genética sino ideológica. Su origen puede rastrearse hacia el científico Friedrich Blumenbach quien en 1795 “creó” la “raza caucásica” a través de una concepción estética particular: Para él, las personas del Cáucaso eran las más bellas del mundo. Este simple concepto subjetivo se convirtió en la base para la categorización de personas de acuerdo a su color de piel hasta nuestros días. Las personas latinas en EEUU son conscientes diariamente de esta situación. Las personas masacradas en Orlando pertenecen a un grupo étnico que constantemente sufre la violencia del nacionalismo étnico que los consideran “menos nacionales” que las personas de las “raza blanca”. Aún más, quien perpetró la matanza —Omar Mateen— es hijo de inmigrantes afganos y en los medios se lo denomina como “americanizado” no como “americano” que sería el gentilicio aplicado a las personas nacidas en el territorio, aunque nació en Nueva York. Es paradójico que para muchas personas caucásicas en EEUU las personas latinas no son “nacionales” pero en vista de este aparente “atentado terrorista” —volveremos sobre esto más adelante— las víctimas de esta masacre encarnan de la noche a la mañana el culmen de la “(norte)americanidad”.

En segundo lugar, tenemos la violencia social. Es una realidad que en el sistema mundo moderno las migraciones constituyen una fuente “inagotable” de mano de obra barata para suplir las necesidades de los países que los reciben como migrantes. El ser inmigrante o descendiente de inmigrantes conlleva muchas aristas sociales, económicas, culturales y lingüísticas, entre otras. Las comunidades latinas en EEUU no están libres de padecer los efectos de estas situaciones, así como no lo están en otros países, incluidos países latinoamericanos como Argentina o Brasil. Al contrario, las personas latinas en EEUU son —junto con las comunidades afro-norteamericanas— quienes más ejemplifican aquellas situaciones. Las desventajas se notan en los lugares donde se puede alquilar departamento o casa, con servicios de inferior calidad, así como también el acceso a determinados trabajos. Si para las mujeres existe el “techo de vidrio” como una barrera para ascender en un determinado trabajo, para las personas inmigrantes o sus descendientes existe el “techo blanco” pues las “personas de color” —como se denomina a las personas no-caucásicas en EEUU— muchas veces no llegan a ciertas posiciones aunque estén mucho más calificadas que las personas de la “raza blanca”. Muchxs académicxs hablan incluso de un mercado laboral segmentado en sectores primarios —reservados para nacionales [de la étnia hegemónica]— y secundarios —reservados para extranjeros [y personas de étnicamente subalternas]—. Algo que el hecho de Orlando no muestra —quizás por considerarse “secundario”— es dónde se ubicaban/ubican las personas que frecuentaban el lugar y que fueron victimizadas.

En tercer lugar, encontramos la violencia homofóbica, transfóbica, lesbofóbica y contra otras personas de la diversidad sexual. Como en el caso anterior, esta(s) violencia(s) también suceden en otros países, incluida América Latina. Por ejemplo, la negativa de muchos países de reconocer la orientación sexual o la diversidad sexual como parte de los Derechos Humanos, testifica el grado de escozor que este tema genera en las políticas nacionales e internacionales. En EEUU —a diferencia de otros países donde fueron los Congresos Nacionales los que garantizaron ciertos derechos para las personas de la diversidad sexual o queer— ha sido la Corte Suprema la que ha salido a remediar situaciones de injusticia y de violencia contra la diversidad sexual. El hecho de que la masacre fuese llevada a cabo en una disco gay también habla de el odio que muchas personas tienen hacia la diversidad sexual. Las explicaciones de este odio pueden ser muchas, e incluso una de ellas puede ser la propia no-aceptación de una situación personal. Hemos leído y escuchado en los medios que la ex-esposa de Mateen sospechaba que fuera gay y algunas personas sobrevivientes lo han identificado como una persona que habitualmente frecuentaba esa disco. Podemos decir junto con las comunidades de la diversidad sexual en EEUU y el resto del mundo que esta masacre tiene ribetes de un “crímen de odio” pero no es el único elemento que provocó esta situación. Centrarlo sobre un solo elemento es continuar invisibilizando otras violencias que se solaparon en el evento.

En cuarto lugar, podemos hablar de una violencia geopolítica. Aquí entramos en el plano de las relaciones internacionales y de la denominada “guerra contra el terrorismo”. De nuevo, las comunidades afro-norteamericanas y latinas conocen muy bien esta situación. El mismo domingo 12 de junio James Wesley Howell, de Jeffersonville, Indiana, fue arrestado cuando se disponía a disparar y lanzar bombas sobre la Marcha del Orgullo en la ciudad de Los Ángeles, California. Debido a que Howell es caucásico no ha sido procesado por cargos de terrorismo. Aquí yace otra arista que se entrecruza en el terrible episodio de Orlando. Cuando una persona caucásica en EEUU dispara con otras personas, generalmente la prensa lo cataloga como alguien que está “desequilibrado mentalmente” mientras que cuando una persona “de color” —subalterna al grupo étnico hegemónico— dispara contra otras personas es automáticamente catalogada de “terrorista”. Esto es debido a que se entrecruzan dos aspectos que tienen que ver con construcciones geopolíticas y raciales. Por un lado, lo subalterno en una sociedad industrializada es siempre sospechoso porque interrumpe la aparente homogeneidad con la que sueña el grupo étnico hegemónico. Por otro lado, esa construcción de la alteridad como amenaza se trasvasa hacia quienes viven fuera del territorio del Estado-nación. Debido a esto, la etiqueta de qué se considera “terrorismo” y qué no se aplica basada en otros criterios que la amenaza en sí misma, como lo ejemplifica la catalogación de Mateen en Orlando y la falta de catalogación de Howell en Los Ángeles. Lo geopolítico construye y demoniza la alteridad en un acto simbiótico que reifica y sustenta la “pureza” y “benignidad” de quienes degradan esa alteridad. Por lo tanto, la vida de quienes habitan dentro de las fronteras de los Estado-nación hegemónicos en el sistema-mundo moderno son consideras como “valiosas” por sobre las de aquellos Estado-nación subalternas que son consideradas como “descartables”. Es por esto que pronto todo el mundo se apresuró —incluido el Presidente de EEUU— a denominar a las víctimas de esta masacre como “americanxs” y no como “latinas/os”. Si esta masacre hubiera acontecido en algún Estado-nación subalterno —donde la matanza cotidiana entre personas de la diversidad sexual es tal— muchos medios de comunicación y redes sociales no se habrían apresusado a decir “Somos todxs Orlando”. Hay una raíz colonial encarnada en una colonialidad de poder que todavía es ejercida por los países hegemónicos, cuyos ciudadanos pueden contar sus vidas como “valiosas”.

Finalmente, en quinto lugar, tenemos la violencia teo(ideo)lógica. En la masacre de Orlando incluso se esgrimen argumento teo(ideo)lógicos que justifican posiciones personales en lugar de tener asidero en las tradiciones bíblico-teológicas que dicen representar, tal como el caso de la Iglesia Bautista de Westboro en Topeka, Kansas. Es interesante notar que Topeka junto con la calle Azusa en la ciudad de Los Ángeles, California, son los lugares donde trazamos los orígenes del pentecostalismo en los albores del siglo XX, con su preocupación por la desigualdad social y el bienestar de las clases subalternas. Sin embargo, la Iglesia Bautista de Westboro —muy alejada de esos contextos históricos— se ha hecho notoriamente famosa por sus continuas apariciones mediáticas celebrando la muerte y condenación de personas queer, militares, católicorromanas, musulmanes y judías. No faltan los argumentos que degraden esta masacre debido a la orientación sexual de quienes asistían a esa disco, o quienes lo hagan por el carácter étnico o el estatus nacional de esas personas. Todo eso legitimado desde posiciones teo(ideo)lógicas que degradan y violentan la vida de las personas en su cotideaneidad y fuero íntimo. Si bien un país como EEUU tiene un carácter laico con su separación entre Religión y Estado —en un mundo plurirreligioso como en el que vivimos ya no usamos el término “Iglesia” porque representa a sectores cristianos—, la realidad es que lo religioso —sobre todo aquel representado por la derecha cristiana tanto católicorromana como evangélica y sus lobbies— influye de manera tremenda en la vida socio-política de esa nación. Usar el slogan “God Bless America” [Dios bendiga EEUU], que los billetes tengan la frase “In God We Trust” [En Dios confiamos] o que las personas juren poniendo su mano sobre escritos sagrados al tomar una oficina pública son hechos que atestiguan que la separación entre Religión y Estado es, al menos, cuestionable. Así, lo religioso se encuentra en el sustrato básico ideológico —lo que Ferdinand Braudel denomina “long dureé” [de largo plazo]— influenciando cada aspecto de la sociedad norteamericana aunque las costumbres y los hechos de la vida cotidiana cambien rápidamente. Hablamos de teo(ideo)logías para denunciar y visibilizar el carácter ideológico que estas teologías —con su lectura sesgada de los textos sagrados y sus prácticas religiosas exclusivistas— poseen.

Creo y afirmo que la masacre de Orlando es un hecho no solo repudiable sino que también debiera ser irrepetible. Nadie tiene derecho a tomar la vida de otrx ser —y esto implica también pensar en nuestra responsabilidad en la destrucción de otras especies en este planeta— y los mecanismos que posibilitan esto —como la libre venta de armas fomentada por la industria armamentista— debieran ser proscriptos. Sin embargo, creo que no se hace justicia ni a las víctimas de esta masacre ni a sus seres queridos si continuamos invisibilizando las desventajas que las personas en el sistema-mundo moderno enfrentan día a día. Las múltiples violencias que confluyeron en este triste evento no son cuestión de gusto y elección sino que constituyen los entramados del poder colonial y la desigualdad en la que se organiza el sistema-mundo moderno. Lo que los medios de comunicación nos quieren hacer pensar es que uno puede elegir su propia bandera de opresión y deslegitimar otras opresiones, pero lo que Orlando nos muestra es que se ha convertido en la geografía donde distintas injusticias se fusionaron en un acto catastrófico. Esta geografía se reproduce casi cotidianamente en otros hechos de violencia(s): los cayucos donde perecen inmigrantes de África a Europa, la represión a exiliadxs de países en conflicto, el hambre de niñas y niños en distintas partes del mundo, la muerte por causa de la orientación sexual en las calles de todas las ciudades el mundo, la segregación racial en micro-violencias cotidianas en el mercado laboral y en las familias de quienes han emigrado, entre otras. Un tributo a quienes perdieron su vida en esta masacre condenable sería vivir y actuar de modo que cada vida sea “valiosa”, independientemente de nuestros mecanismos de separación y exclusión.

* El autor es Doctor en Estudios Interdisciplinarios en Migración, Etnicidad y Religión (2009) y Magíster en Teología Sistemática y Teorías Críticas (Feminista, Poscolonial y Queer) (2003), ambos por el Graduate Theological Union (GTU), en Berkeley, California. Actualmente se desempeña como Profesor Adjunto y Director del Departamento de Educación Online en el Starr King School, GTU. Miembro de GEMRIP, del Grupo Transpacífico para el Estudio de la Religión y la Sexualidad en Asia (EQARS) y de la Queer Migrations Research Network. Sus áreas de especialización son estudios religiosos, teología sistemática y teologías queer, teorías críticas, estudios étnicos y migratorios.

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