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Por: Juan Sepúlveda González

Actualmente, cuando el pentecostalismo chileno, y en particular la Iglesia Metodista Pentecostal (IMP) de Jotabeche, hace noticia por el poder económico de su pastor, y por el uso de tales recursos para financiar la campaña política de su hijo con la finalidad de garantizar la presencia de una “voz moral” dentro del Congreso Nacional, se tiende a olvidar que hace menos de un siglo la congregación madre de la IMP debía estar permanentemente defendiendo el derecho a su mera existencia, y su libertad para desarrollar sus servicios sin interrupciones ni amenazas.

La noche del 26 de mayo de 1928 la congregación de Valparaíso celebraba, en su templo de calle Retamo 557-561, una de sus frecuentes vigilias. Alrededor de las 2 de la madrugada, un equipo de autoridades municipales, escoltadas por tres carabineros, irrumpió en pleno servicio para verificar la naturaleza de la actividad y además fiscalizar las condiciones de higiene y seguridad del recinto. Presumiblemente tal acción fiscalizadora se produjo en respuesta a alguna denuncia específica, o simplemente en respuesta acusaciones contra dicha congregación difundidas por la prensa en los días previos. Según el relato del pastor Willis Hoover, el médico fiscalizador, no habiendo encontrado irregularidad alguna, le pidió que le mande un breve escrito explicando el régimen de funcionamiento de su Iglesia, para tenerlo en consideración en su informe. En respuesta a tal petición, Hoover redactó e hizo llegar al médico solicitante un escrito titulado “¿Quiénes son estos pentecostales?” Posteriormente resolvió publicarlo en el periódico de la IMP, Fuego de Pentecostés, N° 7, julio de 1928, con el propósito de dar a conocer su respuesta ante las acusaciones que circulaban en contra del pentecostalismo chileno.

En dicho texto, escrito cuándo la IMP acababa de cumplir 18 años de existencia, Hoover resumió los aspectos distintivos de la experiencia y del culto pentecostal con las siguientes palabras:

“La cosa que más distingue a los Pentecostales de otras denominaciones, y por lo mismo choca y ofende a algunos extraños a sus cultos, es el mismo hecho de que el Espíritu de Dios se manifiesta en ellos, conforme a la promesa de la Palabra de Dios. La manera de la manifestación no la busca, ni la dicta la persona que la recibe, ni menos el que dirija la reunión. Algunas reuniones pasan sin ninguna manifestación; algunas personas no las experimentan nunca o rarísimas veces. Algunas veces hay risa, hay lloro, hay grito, hay danza. Pero estas cosas vienen algo como ese viento recio en el día de Pentecostés; conmueven a muchos por algunos minutos hasta una hora y pasa, y la reunión sigue su curso.”

En su texto Hoover se refirió también a los frutos de tal experiencia en la vida de las personas que integraban las congregaciones pentecostales, y del impacto que tales frutos tienen en la sociedad:

“Hay varios hombres en distintas partes de Chile que están dirigiendo congregaciones en la actualidad, que en otros años eran presidiarios y hombres temibles por sus crímenes y por su braveza. Hay muchísimos hogares felices, familias reunidas que estaban aparte sus miembros. Hay muchísimos hombres de oficio, ahora productores y benéficos al Estado que antes eran sólo una carga y un afán, que deben toda esta transformación a la Iglesia Pentecostal.”

Con el clásico estilo testimonial del discurso pentecostal, y sin pudor por su manejo limitado del español, Hoover quiso dejar en claro que lo que el pentecostalismo ofrecía mediante sus reuniones, era una oportunidad para que el Espíritu de Dios se manifieste, es decir, actúe con poder en las personas, transformando para bien sus vidas. En muchos casos, esa manifestación tomaba formas llamativas e inesperadas, como la risa, el llanto o la danza, que es lo que más llamaba la atención a quienes observaban el movimiento desde afuera. Hoover da entender que tales “manifestaciones” no tenían un carácter normativo u obligatorio (y es notable que ni siquiera haya mencionado la experiencia de “hablar en lenguas”, que sí ha sido considerada como una “evidencia” necesaria por el pentecostalismo norteamericano), ya que lo importante era dejar que el Espíritu de Dios actúe con poder transformador en la vida de las personas. Finalmente, lo importante eran los frutos de la acción del Espíritu Santo en la vida de los y las creyentes, sus familias, y el impacto de todo ello en la sociedad.

En este importante documento, Hoover, que habiéndose formado como médico no tuvo entrenamiento académico en el ámbito de la teología ni de las ciencias de la religión, aporta elementos claves para comprender el explosivo crecimiento pentecostal en una sociedad mayoritariamente católica, elementos que posteriormente han sido analizados en profundidad, entre otros, por sociólogos y antropólogos. El atractivo histórico del pentecostalismo radica en su poder transformador de la trayectoria vital de las personas, proveyendo un nuevo sentido de vida a los y las creyentes.

Sin embargo, en la medida en que algunos líderes de la IMP y de otras denominaciones pentecostales tomaron conciencia del crecimiento de sus iglesias, comenzaron a prestar más atención al poder del número de sus miembros, como si se tratara de un partido político. Nace así el sueño de una “Catedral Evangélica”, y en las complejas circunstancias del país durante los primeros años de la dictadura militar, surge la primera gran oportunidad de mostrar el poder de esos números ante el dictador, embajadores de otras naciones, la prensa y, por esa vía, la opinión pública nacional e internacional: el primer “Tedeum Evangélico” celebrado el año 1975. El obispo Carlos Camus, entonces Secretario de la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica en Chile, en entrevista “off de record” sostenida en 30 de septiembre de ese año en una comida con corresponsales extranjeros, y divulgada por la prensa a partir del 4 de octubre (luego que un corresponsal vendiera su grabación a La Segunda), al comentar este hecho afirmó que los pentecostales habían “vendido su primogenitura por un plato de lentejas”, en clara referencia a la transacción entre Esaú y su hermano Jacob (Génesis 25:27-34).[i]

Por cierto que la dura respuesta pentecostal dada a conocer el 8 de octubre no tomó para nada en cuenta que, al hablar de “primogenitura”, el Secretario de la Conferencia Episcopal Chilena había reconocido cierta ventaja del pentecostalismo respecto a la Iglesia Católica, probablemente teniendo en mente precisamente el poder de la predicación pentecostal en los sectores populares. Un reconocimiento similar había transparentado mucho antes el Padre Alberto Hurtado en su libro ¿Es Chile un país católico?,[ii] cuando el porcentaje de evangélicos, según el Censo de Población de 1940, apenas alcanzaba el 2,34%.

Ahora que el porcentaje de evangélicos posiblemente se acerca al 20%[iii], y que en cada barrio de cualquier comuna que uno quiera recorrer, encontrará numerosos templos evangélicos con diversos nombres y tamaños, cabe tomar en serio la ya vieja provocación del Obispo Camus, y preguntarse acaso el pentecostalismo chileno efectivamente habrá estado “vendiendo su primogenitura por un plato de lentejas”. ¿No es una evidencia de ello que se busque invertir parte del dinero aportado como diezmo para posicionar a pentecostales en el Congreso Nacional, con la poco plausible meta de influir en la conducta de las personas mediante una agenda legislativa “valórica”? ¿No es eso una forma de reconocer que los muchos templos diseminados en los barrios populares, se han vuelto impotentes para influir directamente en la conducta de las personas, como se evidencia en el hecho de que el crecimiento pentecostal pareciera no tener impacto en la disminución de los niveles de delincuencia? ¿En qué poder confía hoy el liderazgo pentecostal, en el poder del Espíritu Santo, o en el poder de los números, del dinero, o de una agenda legislativa conservadora, o de las armas, como el nuevo Presidente evangélico de Brasil?

Entre paréntesis, cabe mencionar que en el mismo documento ya mencionado, para responder a acusaciones de una supuesta “explotación” económica de los miembros de su iglesia, el pastor Hoover menciona un monto significativo de dinero donado por su familia norteamericana, el que fue invertido en la construcción de los templos de calle Retamo y calle Santa Inés, en Valparaíso. ¿Qué habría pensado el pastor Hoover si hubiera podido leer la justificación sobre el uso del dinero de los diezmos por parte del actual pastor de la Catedral de Jotabeche?[iv]


[i]               Cf. “Chile: El Obispo Camus y el costo del ‘silencio político’”, en A contracorriente. Concurso escrituras de la memoria (texto en archivo pdf disponible en Internet)

[ii]              Santiago: Splendor, 1941

[iii]             Según el fallido Censo de 2012, la población de 15 años o más que se declaraba evangélica o protestante llegaba al 16,62%. El Censo abreviado de 2017 no incluyó la pregunta por religión.

[iv]             Cf. Esteban Quiroz González, “Raíz de todos los males. Mercantilización del crecimiento pentecostal”: http://www.otroscruces.org/raiz-de-todos-los-males-la-mercantilizacion-del-crecimiento-pentecostal/

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